El problema está en los herbicidas que se emplean en los márgenes de los caminos. También afecta a las abejas.
La Junta Local de Ganaderos de Caspe alerta de la muerte de decenas de ovejas a causa del consumo de sulfatos que se emplean para eliminar las malas hierbas en los márgenes de los caminos rurales.
El sector asegura que el 40% de los ganaderos de la localidad se ven afectados por esta situación que se prolonga desde hace varios años. «El problema está en que se sulfatan campos enteros, rastrojos e incluso barbechos, además de los bordes de los caminos. Nosotros pasamos con los rebaños y si no está indicado nuestro ganado come esas hierbas y posteriormente se nos mueren las ovejas», explica José Manuel Marco, presidente de la Junta Local de Ganaderos.
Marco añade que esta práctica ha ido en aumento en la última década. «Hemos notado un incremento. Nosotros sabemos que la forma más fácil de eliminar estas hierbas es con herbicidas pero no se dan cuenta de que están perjudicando gravemente a los rebaños», indica.
Por ello la junta hace un llamamiento a los agricultores y les solicita que indiquen con un cartel, un trapo rojo o una llamada a los pastores de las fincas las zonas públicas fumigadas para evitar con ello la muerte de estos animales.
Durante 2016, Marco ha contabilizado la muerte de una treintena de ovejas de las 2.300 cabezas con las que cuenta. Además, asegura que existen varios casos de animales que han sufrido abortos o que paren crías enfermas. «Hemos tenido muchos casos en este último año. Supone un agravio económico importante. Calculo que las pérdidas del pasado año por este motivo ascienden a unos 2.000 euros. Y no soy el único es uno de los problemas que tratamos en cada asamblea», dice.
José Ángel Collado, veterinario del ADS ovino comarcal, explica que los casos se centran en el ganado que pasta en zona de huerta y que existen dos tipos de muerte. «La primera de ellas es casi inmediata, a las pocas horas la oveja muere porque no puede respirar, se le encogen los pulmones. En otros casos donde parece que no ha tragado tanto herbicida van languideciendo hasta que acaba enfermando y finalmente fallece», indica.
Los sulfatos desaparecen de la sangre del animal tras 24 horas por lo que es difícil su detección. «Se volatizan muy rápido. La única manera de comprobarlo y poder emprender medidas judiciales sería realizando unos análisis de residuos toxicológicos en laboratorios pero tienen un coste muy elevado. Podrían ascender hasta los 3.000 euros y los ganaderos no pueden afrontar esos gastos», señala.
Desde el Ayuntamiento de Caspe admiten que han recibido varias quejas de los ganaderos y recuerdan que el Consistorio cuenta con una normativa que prohíbe sulfatar a menos de metro y medio de los caminos rurales. «Precisamente, hace ya varios años con las advertencias de los ganaderos, acordamos en una reunión con el sector agrícola aprobar esta normativa. Sigue en pie y existen penalizaciones económicas si se incumple», puntualiza Pilar Mustieles, concejal de Agricultura del consistorio caspolino.
A pesar de ello, la junta asegura que algunos hacen caso omiso a la advertencia. De hecho, ya se ha comunicado la situación al Seprona. «Ellos nos comentan que sulfatar es legal. Aunque ya han dado aviso a un par de personas que han realizado esta mala práctica en las cunetas», comenta el presidente de la Junta Local de Ganaderos.
Asimismo, insisten en que no quieren enfrentarse al sector agrícola, sino convivir en la mayor armonía posible. «No pedimos nada más que nos avisen si sulfatan y así nosotros estamos en alerta. Entendemos que en una propiedad privada cada uno puede echar los pesticidas que crea oportunos pero no en zonas públicas como se está haciendo», indica.
Mueren millones de abejas
No son las únicas quejas que llegan por la alta fumigación en los campos. El caspolino Manuel Marco denuncia la muerte de millones de abejas de las 70 colmenas que tiene ubicadas en la zona denominada Masatrigos.
Asegura que las fincas hortofrutícolas de alrededor colocan glucosa en los árboles que las incita y hace que se mueran. «En marzo perdí 70 colmenas por los herbicidas. A este paso vamos a terminar con cualquier ser vivo del planeta. No sé ya donde colocarlas porque estamos rodeados de sulfatos que matan la fauna de nuestro territorio», lamenta.
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