Bajoaragoneses por el Mundo: Miguel Vallés se instaló hace 62 en Francia pero hace, mínimo, cuatro visitas a Calanda
El tiempo que una persona pasa en casa de Miguel es como si lo pasara en la propia. Es buen conversador y junto a la lumbre empieza a desgranar recuerdos y vivencias. Solo algunos, porque la vida de este calandino «que va y viene» da para unos cuantos. También para anécdotas que comparte entre risas. Lo dicho: un buen conversador.
Acaba de terminar una Semana Santa que considera que se supera cada año. «Somos nueve cofradías y todas hermanas, se ensaya mucho y por eso cada vez es mejor», dice. Es del Nazareno y toca el tambor desde que camina. «Le pego, no lo acaricio», sonríe. Le quedan pocos días antes de regresar a Lavelanet, el pueblo francés en el que vive a los pies de los Pirineos «del que va y viene». Se fue a Francia cuando le quedaban tres meses para cumplir los 17 años. Era el 25 de abril de 1957 por lo que esta semana se han cumplido 62 años. «Tras esa Semana Santa me fui a Francia a ver a familia que tenía y que no conocía. En casa éramos humildes, de campo, y no me podían pagar estudios, así que, mi intención era regresar en verano y aprender un oficio», explica. Los planes cambiaron cuando probó en una fábrica textil en Francia. No solo se le dio bien, sino que le gustó y dedicó la mayor parte de su vida a crear telas y colores para grandes firmas ocupando puestos de responsabilidad en una fábrica que comenzó con 44 empleados cuando él entró y acabaron siendo 5.000. «El tergal lo inventamos nosotros», apunta.
Se quedó en Francia pero «va y viene» al menos cuatro veces al año a Calanda, tal y como prometió a sus queridos padres, y en una de esas primeras idas y venidas conoció a Pili, una joven calandina que se convertiría en su esposa y madre de sus dos hijos. Todos juntos instalados en Francia siguieron los viajes al pueblo donde mantiene su casa, sus olivos, sus viajes con la Peña Taurina de la que es uno de los fundadores, sus fiestas de agosto, del Pilar y, desde luego, su Semana Santa.
Perdió a uno de sus hijos muy joven a causa del cáncer y unos años más tarde, a su esposa de otra larga enfermedad. Miguel cambió de trabajo para disponer de más tiempo para estar con ella y cuidarla. «¡Entonces me hice paisajista!», dice recuperando la sonrisa en su relato. «¿No es increíble? Nada que ver, pero es que me encantan las flores, las plantas y el campo y con el tiempo me hice una buena cartera de clientes de una zona de alto estatus», apunta. «Mal no se me daba, ¡me llamaban el Goya de los paisajes!», ríe.
Por sus aficiones o por casualidades de su ajetreada e inquieta vida, a veces se ha visto en lugares con, incluso la realeza en Mónaco o El Escorial. Por no hablar de que comparte parentesco con la Reina Letizia. «Es cierto que desciende de Calanda por los Rocasolano». También el apellido Blasco llega a su árbol genealógico y lo comparte con Miguel Pellicer. «Mucha gente viene por el Milagro, en círculos religiosos es conocido».
Un calandino que nunca se fue
La pasión rige la vida de Miguel. Tanto en su trabajo, como sus aficiones. El deporte es fundamental y practicó fútbol, ciclismo, atletismo e incluso rugby en el equipo local. Ahora combina algo de ello con su intensísima actividad en su grupo de la tercera edad y en la asociación española de Lavelanet -en la que aceptan a todo el mundo-, con la que hacen viajes, todos los domingos bailan y una vez al mes, comen todos juntos. La música es su otra pasión, tanto cantar ya sea jota o en la coral, como bailar o tocar la guitarra y todo lo hace de oído. Es una persona muy vital y lo contagia. Sobre todo, su positivismo.
Durante toda su vida ha sido capaz de mantener los lazos tan estrechos que es como si nunca se hubiera ido. Siempre se vuelve cargado de la gastronomía local de la que es gran embajador y siempre que puede acude acompañado al pueblo con amigos, o su hijo, que también es tamborilero. La pasión rige las palabras de Miguel cuando habla y vive su pueblo. «Siempre estoy hablando de Calanda, es mi pueblo».
Pepe dice
Muy bien Miguel, siempre calandino. Un magnífico reportaje
Jotaeme