El lunes 20 de enero de 1964, hacia las ocho de la tarde, cerca ya de Vitoria -nos cuenta Domingo Ródenas-, sufrió un irreparable accidente la literatura española, que ya no sería lo que había de ser. En la carretera, empotrado contra un camión, se dejó la vida el psiquiatra LUIS MARTIN-SANTOS, cuya primera novela: «Tiempo de silencio» (1962), se convirtió en una obra revolucionaria: una de las mejores novelas que se han escrito en la España contemporánea. Una catarata de elogios le llovió desde todos los ámbitos; sin embargo, hubo alguien muy especial que guardó silencio: su amigo JUAN BENET -a quien contrarió el costumbrismo remanente que detectaba en la novela-; ese silencio fue, en verdad, estruendoso y ni siquiera un encuentro personal meses después pudo disolver el disgusto de MARTIN-SANTOS. Lo contó BENET en «Otoño en Madrid hacia 1950», una joya del memorialismo y de la prosa en la que evocó la íntima amistad que compartieron entre 1948 y 1952.
Tenían 24 y 21 años (BENET el menor), cuando se conocieron, eran dueños de una inteligencia portentosa, de una vasta cultura y de una misma fe en su porvenir de escritores. Congeniaron de inmediato, intercambiaron lecturas (Proust, Mann, Faulkner, el adorado Kafka…), acudieron a las mismas tertulias y concibieron proyectos literarios comunes antes de que sus profesiones los alejaran geográficamente. De uno de tales proyectos, un libro de relatos escrito a cuatro manos, se tenía vaga noticia, pero existió, se titulaba: «EL AMANECER PODRIDO», y les sirvió como campo de pruebas, aunque el sentido autocrítico de ambos lo relegara al olvido, como si los 67 cuentos que dejaron escritos carecieran de entidad literaria (muchos quisieran hablar como esos dos genios que empezaban a balbucear).
Hoy esos cuentos escritos «en comunidad» (expresión de BENET) salen a la luz, para gozo y recreación de cualquier lector, gracias al buen hacer de la editorial Galaxia Gutenberg. Porque, en efecto, «EL AMANECER PODRIDO» es una fiesta continua donde chisporrotea el ingenio literario, unas veces deformando la tradición, otras deformando esa España franquista que, seguramente, los hubiera censurado, casi siempre con un tono irónico culto y gamberro que hace presa tanto en los vicios sociales como en las grandes cuestiones como la muerte, el sexo o la pobreza.
Cada una de estas minificciones es una auténtica sorpresa. Y que estos textos espléndidos, casi sin excepción, fueran descartados dice mucho del rigor con que concebían la escritura sus creadores. El libro se completa con unos apéndices muy suculentos (las cartas cruzadas de ambos y el memento de MARTIN-SANTOS por BENET) que es por donde habría que empezar a leer.
Pasen, lectores, y disfruten de esta fiesta literaria.