Aquí estamos, en medio de un mundo frenético, de risas rápidas y de compras exprés, de desearlo todo y no disfrutar con nada, de exprimir al máximo lo que antes era nuestra vida privada y que ahora es vox pópuli gracias a la actualización continua de nuestras redes sociales con viajes de un lugar a otro, con comidas de esto y lo otro…

La inmediatez se ha impuesto en una sociedad cada vez más exigente que busca la diferenciación. Esta exclusividad también se ha trasladado al mercado turístico bajo el nombre de «turismo de experiencias» que con el tiempo ha derivado en el «turismo de emociones». Viajar se ha convertido en algo más que visitar museos, compartir conversación con los habitantes del lugar y hacer un par de fotos para el recuerdo. En otras palabras, antes nos calzábamos unas deportivas cómodas y salíamos a recorrer la primera ruta senderista que nos recomendaba el propietario de la casa de turismo rural en la que estábamos alojados durante la semana de vacaciones. Ahora, esta salida no es suficiente ni para nosotros ni para nuestros seguidores de Instagram. Ahora tenemos que recorrer el Caminito del Rey en Málaga popularizado bajo el sobrenombre de «uno de los caminos más peligrosos del mundo» recordando hacer ciento cincuenta y tres fotos para compartirlas en las redes sociales y que todo el mundo se entere de lo intrépidos que somos. Ahora tenemos que hacer agroturismo, levantarnos a primera hora, ordeñar a la vaca, hacer queso con su leche, comérnoslo y apadrinar a la susodicha para verla desde nuestro hogar durante el largo invierno madrileño, todo ello con la muestra gráfica correspondiente para compartirla con el mundo exterior, como no podía ser de otra manera.

Si te paras a pensarlo, al final no estamos haciendo otra cosa que adornar la oferta que ya teníamos con un envoltorio bonito, ponerle lazos e incorporar algún anglicismo de moda que, seguro, nos abrirá las puertas al mercado más chic. Con todos estos ingredientes, agitamos la coctelera y nos ponemos en marcha en tres, dos, uno… Hace un tiempo cayó en nuestras manos una propuesta que nos gustó muchísimo nada más verla. Se trataba de poner en valor cinco de las cumbres más altas de nuestro territorio bajo el nombre de «Los Gigantes Pétreos del Bajo Aragón». La idea venía de Óscar Librado, o como lo conocemos en redes sociales «Explorador de Proximidad», y el proyecto lo estamos desarrollando codo con codo con el Parque Cultural del Maestrazgo, con la financiación del Grupo de Acción Local del Bajo Aragón Matarraña.

¿Qué ofrecemos al turista? La posibilidad de oler el aire, escuchar el silencio, abrir los brazos hacia el infinito… la posibilidad de generar, en un territorio único, un recuerdo memorable de esos que guardas y recuperas de vez en cuando al cerrar los ojos trasladándote de nuevo al lugar. Si os parece algo simplista, no olvidéis que nuestros vecinos de Lérida han sido capaces de convertir la niebla en un reclamo turístico ya que «llena los pulmones de aire fresco y convierte los paisajes en escenarios ideales de fotografías impactantes». Y siguiendo con los ejemplos, la empresa canadiense Vitality Air se está forrando con la venta de latas de aire puro a 20 € la unidad en el mercado chino.

Los protagonistas de nuestra historia son el Morrón del Tolocha de Foz Calanda, el Santet en La Cerollera, la Tarayola en La Ginebrosa, el Castellar de Jaganta y el Morrón de Viñas de Berge, cinco montañas que han sido testigos mudos del paso del tiempo en el Bajo Aragón.

A través de un nombre sugerente como son «Los Gigantes Pétreos del Bajo Aragón» ofrecemos una ruta diferente para un cliente que nos demanda propuestas novedosas, que no se parezcan en nada a la rutina diaria. Y por supuesto, no nos hemos olvidado de incluir el anglicismo correspondiente: GeoLand Experience. Así que, ya sabes, sube las cinco cumbres, hazte miles de selfies y compártelos con nosotros en tus redes sociales.