A ritmo acompasado, con concentración, paciencia y coordinación entre pies, manos y cabeza, Eduardo Puig (La Iglesuela del Cid, 1982) mantiene la tradición de su casa y de todo un territorio. Continúa haciendo música con los telares que desde el siglo XVIII no han parado de funcionar y él sigue sacando de ellos lo mejor de sí mismos en piezas únicas en ropa de viaje, de hogar o indumentaria tradicional.
En casa de los Puig hay tres telares y a hacerlos sonar se dedican desde 1742. «Hasta esa fecha hemos podido documentar el árbol genealógico pero es posible que venga incluso de antes», dice el joven. Es, de momento, la última generación en esta tarea que ha decidido continuar «para evitar que se pierda». En el taller cuentan con tres telares manuales. Trabajan con el urdidor, uno mecánico de garrote «que ya pertenece a la llegada de la revolución industrial», y otro «un poquitín más moderno que es de espada pero que ya no suelen verse en la industria», explica Puig a quien le gusta hablar en plural al ser un legado familiar. «Yo entré en esto a ayudar siendo muy joven y me gustara o no, ahí tenía que estar», ríe. «Con el tiempo me empezó a gustar y quise seguir con lo que me enseñaron entre mi abuelo y mi padre», añade.
Aprendió todos los secretos de unos telares que suponen un desafío para la mayoría vistos desde fuera. Cada uno está provisto de peines dentro de los cuales se alojan los lizos por cuyos huecos pasan los hilos. «Depende de cómo pongas el orden de los hilos en esos lizos y luego pises los pedales de los telares, saldrá una forma en el dibujo u otra», apunta. Por esto es importante la concentración y la coordinación, porque «tienes que ir pensando en lo que pisas, en lo que tienes que pisar y en las pasadas del telar porque si un cuadro lleva cuatro, no le puedes dar seis, hay que seguir el patrón», añade.
En la tela se queda todo grabado, incluso el ánimo del artesano. «Tienes que darle con la misma fuerza a la hora de presionar el hilo para que no haya variación», advierte. Los golpes que salen del telar dan pistas. «Según cómo suena ves que la faena va bien o va regular o mal y hay que parar y corregir». En cuanto a materia prima, trabajan especialmente lana, algodón y lino y con algún perlé para hacer algún dibujo o detalles… «Depende del artículo», apunta. Respecto a los patrones, ya vienen de familia, aunque trata de introducir alguna pequeña innovación o nuevo diseño. «Llegamos hasta un punto y por una razón: los telares pueden hacer unos determinados artículos. En agricultura, una sembradora no es lo mismo que una cosechadora, pues esto es lo igual. A cambio, damos calidad y exclusividad», señala.
Antes de sentarse a tejer hay mucho trabajo detrás. Además de probar con nuevos diseños y documentarse sobre piezas antiguas que reproducir, se suman otras labores de «oficina». Hay que buscar nuevos proveedores cuando una fábrica de hilaturas cierra o darle a la cabeza cuando hace falta un repuesto. «Me los fabrico yo porque en Amazon por mucho que busco «piezas de repuesto para telar de 1.700» no encuentro», bromea.
Mantener el territorio
A Eduardo Puig se le nota lo bien que se encuentra entre sus telares solo con escucharle hablar. A pesar de todos los inconvenientes, se centra en lo positivo porque, como dice, «igual que en todos los sectores, en este ha habido tiempos mejores y peores y ahora toca vivir estos». No son las épocas boyantes de antaño pero es precisamente el textil el sector del que depende una parte de La Iglesuela que trabaja en la fábrica de Marie Claire en la vecina localidad castellonense de Vilafranca. Le desea larga vida porque «si cae uno, repercute en el resto».
Estos tiempos son los de la incertidumbre y por eso se centra en el presente. «Hace mucho era un sector muy importante, incluso mi padre llegó a tener a nueve empleados. Ahora yo estoy solo y, además, no es mi medio de vida pero quién sabe cómo vendrá el futuro», dice. Puig, toma el testigo en EncontrARTE de Jesús Ángel Gómez, fotógrafo enamorado de Cantavieja y que con sus fotos visibiliza la esencia e historia de este territorio capturando, entre otros muchos enclaves, sus masías.
Que teje porque le gusta y por amor a su tierra queda claro viendo su agenda. Se sienta en los telares en los ratos que saca de sus estudios de un ciclo formativo y su trabajo como repartidor. Además, en cuanto puede colabora con Cruz Roja como técnico de emergencias sanitarias. Además de algún encargo, va haciendo piezas de más para tener su stock. «Reducido stock, que no voy a competir con Amancio Ortega», concluye sonriendo. Todas las piezas que va tejiendo las va mostrando en sus redes sociales en Facebook e Instagram, así como parte del proceso de trabajo.