Desde La Fresneda a Alcañiz, desde el Matarraña al Gobierno de Aragón, desde el Palacio de la Aljafería al de la Moncloa, mucho se habla y mucho se escribe estos días de los pactos políticos y de las conspiraciones palaciegas, pero no he escuchado, ni leído, una sola palabra sobre la moral y la ética de los pactos.

¿Es que las fuerzas ideológicas que aspiran a gobernar las instituciones públicas no tienen ni ética ni moral a la hora de pactar?: la respuesta es dura de asumir, porque es un contundente no, posiblemente, y salvo excepción, no tiene ni ética ni moral.

Si la ética y la moral representan un sistema de valores, ¿cuáles son los valores de los pactos?. Yo lo tengo claro: no se pacta con quien miente, ni con quien engaña, ni con quien se aprovecha de su cargo en beneficio propio, ni con quien no sabe ponerse en los zapatos del necesitado, ni quien carece de compasión y capacidad de perdón, porque esos son los valores que desde hace milenios vienen rigiendo nuestra sociedad para que podamos convivir en paz.

A estas alturas de nuestra experiencia política, como votantes de las distintas opciones, podemos tener claro que las decisiones sobre cuál va a ser la persona que nos va a gobernar en nuestro ayuntamiento, nuestra comarca, nuestra provincia, nuestra región y nuestro país no se va a decidir en función de los principios ideológicos éticos y morales, y tampoco teniendo en cuenta los más prácticos de capacidad y mérito, porque no hay otra ética ni otra práctica en el pacto político que el interés propio y personal por ostentar un cargo remunerado, no hay otro valor que tener el de tener unos importantes ingresos con cargo al dinero público y no hay otra moral que la dictada por la simple vanidad personal.

Da vergüenza ajena, y mucha rabia, ver como los partidos se reparten los cromos que dan acceso a los sillones públicos, sin tener en cuenta que en su reverso están nuestros sueños e ilusiones de hacer un mundo mejor y una sociedad más justa. El derecho a la libertad, como inseparable de la dignidad humana, nos ha permitido elegir a nuestros candidatos para liderar el rumbo de la sociedad y ahora, cuando veo y leo las opciones de pactos, siento mi libertad y mi dignidad pisoteadas, aunque también he aprendido que el ser humano, a la hora de votar, suele repetir los errores del pasado con la vana esperanza que esta vez el resultado será diferente.

No podemos aspirar a vivir en una sociedad más justa, solidaria y humana, si los pactos que deciden los gobiernos no comparten los mismos principios, si carecen de moral y se rigen exclusivamente por el criterio de la ambición personal.

Si la política de pactos tuviera algún tipo de ética o moral, debería reflexionar sobre si esos acuerdos obedecen a unos principios o simplemente conducen a unos fines. Si el fin de los pactos es alcanzar el poder, entonces todo vale, y lo que se propugna para uno mismo (por ejemplo, pactar con los extremismos o los nacionalismos radicales) se le niega al oponente.

En nuestro territorio no sólo se pactan los cargos políticos, cromos intercambiables, sino también otros organismos como los de gestión de los residuos urbanos (Consorcio de Basuras) o de desarrollo local (Omezyma); y me quedo preguntándome, en el momento en que debatimos sobre la importancia del cambio climático y la despoblación, ¿cuál será la ética y la moral de la decisión sobre quiénes van a gestionar el medioambiente y el futuro de nuestros proyectos económicos?.

*Abogado