Parece que era ayer, y henos aquí, en el nuevo año, que no es más que un trámite, otra frontera pasada, pero que en realidad supone sólo una continuidad con respecto a lo que había, o a lo sumo una transición.

Los seres humanos nos empeñamos en poner fronteras a todo, en acotar los límites y las dimensiones y cuantificar a todas las escalas. Supongo que poner nombres a las cosas es el último intento de intentar abarcar lo que nos rodea, sean objetos, seres vivos o conceptos abstractos.

Dicen que el idioma define nuestro punto de vista del mundo y lo que para unos es tomar un café para otros es «tener un café», si traducimos literalmente. Y así podríamos seguir con ejemplos hasta aburrirnos.

Por otro lado, en este universo de nombres y categorías gramaticales con el que definimos nuestro entorno, el principio del calendario es el principio de una serie de propósitos que cumplir. A cuál mejor.

Sin embargo el porcentaje de perseverantes que alcanzan sus objetivos iniciales se reduce sustancialmente conforme avanzan los días.

Al final las intenciones de aprender un idioma, dejar de fumar o perder peso se quedan por el camino en la mayoría de los casos. Así suelen ser las cosas y los sueños se quedan en lo etéreo e intangible, porque no terminan de materializarse.

Este 2019 será año electoral. Veremos promesas, como cada cierto tiempo, y llegará la primavera y le seguirán verano y otoño e invierno. Se cumplirá otro ciclo, esta vez sí, bien definido en su conjunto.

Ese rotar de las estaciones nos sirve a muchos grupos humanos para ubicarnos en unas coordenadas temporales.

No obstante me pregunto cómo nos las apañaríamos -dejando aparte otros indicadores- para contar los días en una latitud ecuatorial, donde siempre llueve, donde siempre hace calor y donde siempre hay las mismas horas de luz y de oscuridad.

Tal vez si nuestra civilización se hubiera desarrollado en latitudes más meridionales, tan meridionales como para llegar a esa línea imaginaria de la Tierra en la que el día y la noche tienen el mismo valor nuestra cosmovisión sería sustancialmente distinta. No me cabe duda al respecto.

A menudo me pregunto por esas cuestiones: ¿cómo podría haber sido nuestra historia como especie si se hubiera dado cualquiera de los millones de variantes a las que estamos expuestos cada día?

Sea como fuere estamos aquí, reconstruyendo nuestro hábitat a través de nuestros sentidos, de nuestro lenguaje, de nuestra visión simplificada de las cosas para hacer posible su entendimiento, siquiera mínimo. Aquí continuamos, un año más, aprendiendo a base de prueba error, evolucionando e involucionando, según toque, y con el firme propósito de seguir aprendiendo. Eso ante todo.

Les deseo un felicísimo año, en el que seamos un poco mejores cada día y podamos alcanzar algo de paz en nuestros actos. Feliz semana, amigos, y hasta la próxima.