En los últimos días de mayo de 1938, mientras en España se perpetraban auténticas masacres por parte de la aviación fascista, el escritor austríaco de origen húngaro ÖDÖN VON HORVÁTH se encontraba exiliado en Amsterdam, a donde había ido para consultar a un vidente (sabida era su creencia en este tipo de artes); éste le vaticinó que en París le esperaba la mayor decisión de su vida. Se dirigió a París sin demora.
Y allí, ciertamente, le esperaba esa decisión: a las pocas horas de su llegada, mientras paseaba por los Campos Elíseos, se desató una fuerte tormenta que hizo que la rama de un árbol se desprendiese y acabara con la vida del genial escritor.
HORVÁTH tenía sólo 37 años, pero ya había escrito dieciocho obras de teatro (algunas soberbias como “Historia de los bosques de Viena” o “El día del Juicio Final”) y tres novelas, entre éstas una auténtica obra maestra: “JUVENTUD SIN DIOS”, que acaba de reeditar la editorial Nórdica y que yo me dispongo humildemente a ponderaros.
Estamos en la Alemania anterior a la Segunda Guerra mundial. El nacional socialismo va copando todos los estratos de la sociedad. La consecuencia de ello es la desaparición de toda ética y moral con una asombrosa rapidez. En medio de ese ambiente sofocante, un joven profesor de secundaria da clases con muchos problemas a un grupo de alumnos desigual y violento, mientras el director le recuerda, además, que su obligación es “educar para la guerra”. Los valores patrióticos se inculcan en una especie de campamento paramilitar a donde todos tienen que acudir; sin embargo, allí se producirá un misterioso crimen cuyas consecuencias pondrán en entredicho la integridad y el honor de los alumnos y su profesor.
El gran HORVÁTH utiliza, para contarnos esta trama, uno de los recursos más difíciles de la narrativa: el monólogo interior. El autor, por medio del profesor protagonista, consigue con ello presentarnos los saltos que se producen en la consciencia de los personajes y enseñarnos el caos interior de cualquier pensamiento. Es, sin duda, uno de los registros más difíciles de utilizar: sólo unos pocos escritores son capaces de hacerlo sin caer en el ridículo.
Todo esto aparece con frases cortas que carecen del más mínimo intento de floritura literaria, y, sin embargo, el autor logra construir imágenes poderosas, casi arrasadoras. Haciendo que nos preguntemos cómo, con tan poco, se puede escribir una literatura tan grande. Si a esto le sumamos una tensión narrativa especialmente atractiva, tenemos entre las manos una de las mejores novelas que se han escrito.
El genial Stefan Zweig dijo de ella: “Nunca se ha expresado tan vivamente el apasionado deseo de aquella juventud de escapar de una atmósfera envenenada por los odios políticos y las pasiones sociales”.