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Al cumplirse 50 años de la llegada de los astronautas americanos a la Luna todo el mundo se ha puesto a recordar dónde estaba en esa fecha. No me queda más remedio que hacer lo mismo.
En la esquina de la carretera de Maella con la de Chiprana, donde ahora hay una tienda de ortopedia y otra de ropa -diríamos que en la plaza Aragón- estaba la casa y posada de mi abuelo Vicente y mi abuela Manuela, con su gran patio al que daban numerosas cuadras y almacenes. Frente a ella, en una amplia acera, hacían tertulia mi abuelo y su hermano Pepe; otros tratantes caspolinos, como Domingo Guiral y el que vivía en la plaza del Surtidor y llevaba unas llamativas fundas de oro en los dientes; el capitán de la Guardia Civil del momento, entonces don Felix; un veterinario del mismo nombre, casado con una de las hermanas Pellicer, amigas de mi madre; el ex capitán Manolo Navarro, de azarosa historia militar, esposo de una de las propietarias del Hotel Latorre y padre de Susi, Nini y José Manuel; y otros amigos que se acercaban a ese lugar de La Balsa, justo frente a donde estaba, desde finales de los años 20, el poste de gasolina de Caspe.

Ya no funcionaba como tal la antigua Posada Lorén, pero mi tía Angelines atendía un humilde restaurante junto a mi tío Gregorio. Muchas veces los habituales tertulianos pedían de merendar, y mi tía sacaba las muy socorridas magras con tomate, adobos caseros, o les hacía tortillas con los enormes huevos de las ocas que correteaban por el patio de la vieja posada y que a mi, de niño, me daban mucho miedo con su 'cuá', 'cuá' en carrera.

Mis recuerdos son de los años 50 y 60, de cuando bajaba a ver a la familia y y me sentaba a escuchar lo que decían aquellos mayores tan diversos y que me imponían mucho. No se me olvida que siendo niño el tratante con los dientes enfundados intentaba enfadarme llamándome «pichoné» (el mote de mi abuelo materno era «pichón») y yo un día, en correspondencia, le contesté airado: «y usted dientes de oro».
Eran los años de la guerra fría, de la carrera espacial, de Juan XXIII y de la revolución cubana. No faltaban, pues, asuntos de que hablar, todos de gran interés y que se prestaban a la polémica y la opinión. En Caspe se recibía muy a tiempo la prensa, pues la de Madrid y Zaragoza llegaba como a las 12 de la mañana, siempre de manos de la familia Landa, con tienda en la calle Rosario; y por la tarde llegaba, en el tren que llaman en Barcelona «el caspolino», la Vanguardia Española, que era 'el periódico de la tarde de Caspe', repartido puerta a puerta por María y su madre.

Es natural que en esa esquina con casa de comidas y en la que 'corría la fresca' por estar a la sombra de la casa, se hablara mucho de la perrita Laika, de las órbitas de Yuri Gagarin al rededor de la tierra, de los Spoutnik rusos, y de los Vanguard y Explorer americanos. Y por supuesto, cuando tuvo lugar, del primer alunizaje con tripulación, el del Apolo XI . De todo esto mi abuelo era muy escéptico; decía que eran mentiras: «invenciones de los periódicos».

La llegada del hombre a la Luna me pilló a mí haciendo el servio militar en el CIR de Zaragoza; y no lo olvidaré nunca porque en el tablón de anuncios de la Compañía hice un enorme mural, con la Luna y sus cráteres en relieve a base de utilizar arena, pintado al 'guache'; es posible que Baltasar Máñez lo recuerde, pues fuimos compañeros en aquellas fatigas castrenses. A los pocos días de pisar el hombre la Luna el 20 de julio de 1969, ocurrió la muerte repentina del poeta Miguel Labordeta, el 1 de agosto. Luna y poesía se unieron en aquel caluroso verano en que sonaba por la radio la canción de Los Payos «María Isabel': «coge tu sombrero y póntelo, vamos a la playa calienta el Sol».