Marina, Cristina, Yaroslav, Misha, Zajar, Victoria y Anna son siete de los millones de ucranianos que durante las últimas semanas han sufrido una cruenta e injusta experiencia. Hace solamente unas semanas las primeras bombas comenzaron a caer en la capital ucraniana y sus alrededores y todos ellos vieron como sus vidas cambiaron por completo. Días después, Victoria y Anna (madre e hija) así como los otros cinco (matrimonio y sus tres hijos) se encuentran a miles de kilómetros de sus casas, habiéndose visto obligados a dejar todo atrás y dando gracias por haber podido escapar. Tras un «interminable viaje», las dos familias llegaron hasta Maella en la pasada madrugada del domingo, localidad cuyo albergue están habitando temporalmente gracias a la solidaridad y el compromiso de la corporación municipal. «Nos alegra el poder acogerles. Tenemos espacio para unas 46 personas en nuestro albergue pero llevamos idea de recibir a unas 20 para que estén todos a gusto. En los próximos días llegarán algunos más. Ojalá se queden en Maella y nos ayuden a repoblar», explica Noelia Peiró, concejal de Bienestar Social en el consistorio maellano.
Entre los siete refugiados en Maella se distinguen dos familias distintas. La primera de ellas está formada por el matrimonio entre Marina y Yaroslav y sus tres hijos, Cristina, en edad escolar, y los dos mellizos, de tan solo cuatro meses, Misha y Zajar. Gracias a ello, a tener tres hijos y ser una familia numerosa, el padre ha podido dejar el país y no se ha visto obligado a tener que alistarse en el frente. Allí, en Ucrania, donde vivían felizmente en un pequeño municipio junto a Kiev, Marina ejercía como enfermera y Yaroslav se dedicaba a la logística. Por su parte, la otra familia, representada en Maella por Victoria y Anna, (madre e hija), son florista e investigadora privada, respectivamente. Todavía en Kiev está el hijo de Victoria, de 18 años, quien se encuentra con el exmarido. Por el momento, dicen que no ha tenido que tomar parte de la batalla. La madre y la hermana se conforman con mantener el contacto telefónico y con saber que está «bien». Para que sea posible, ambas agradecen el esfuerzo de la compañía Inger que les ha cedido gratuitamente unas tarjetas de teléfono con internet para poder comunicarse con su familiar.
Un viaje interminable
A día de hoy, cada uno de estos siete ucranianos descansan fuera de peligro en Maella pero el camino hasta allí ha sido muy difícil. Según cuenta Victoria, ella y su hija se mantuvieron reacias a dejar sus hogares pero, poco a poco, fueron conscientes de que tenían que dar el paso. Durante unos días, y ante un frío considerable, estuvieron refugiándose en el metro de Kiev pero finalmente terminaron huyendo de su tierra. Salían de casa cargadas de mochilas «con lo básico» porque no sabían si al salir su casa seguiría en pie. A su vez, Marina y su marido incluso explican que escuchaban los bombardeos desde su domicilio, en una localidad próxima a Kiev, y que temían «no poder poner a salvo a tiempo a su familia». «Todo era horrible. Recuerdo incluso el abrir la ventana para ventilar la habitación y que la onda expansiva de una bomba nos tirase el colchón al suelo», detalla la madre de tres hijos.
Para dejar atrás todo ello, Anna y su madre cuentan que salieron de Kiev en un tren que iba «sin luz y muy despacio» para no ser visto. Once horas después lograron llegar hasta Lvov, al oeste del país. Allí cogieron otro ferrocarril que les acercó hasta la frontera con Polonia. Eso sí, desde que partieron de la capital ucraniana pasaron prácticamente dos días en los que apenas pudieron comer.
Una vez alcanzaron tierras polacas, allí ya si se vieron arropados por la marea de voluntarios. También pudieron comer caliente y continuar con su viaje. Horas después, sin pensarlo, tomaron un cercanías y alcanzaron la ciudad de Cracovia, donde estuvieron hospedados en un polideportivo acondicionado para los refugiados durante varios días. Fue allí donde coincidieron con Yaroslav y Marina y donde ambas familias encontraron la forma de llegar hasta España. Fue por medio de un viaje en furgonetas organizado por un grupo de voluntarios zaragozanos. Entonces, desde Cracovia viajaron a Zaragoza y allí ya Noeila Peiró, quien les acercó a Maella tras ofrecer en Zaragoza el albergue maellano como lugar de acogida para aquellos que lo pudiesen necesitar. «De Cracovia a Zaragoza estaban bajo la responsabilidad de los conductores que eran voluntarios. Allí yo los recogí y me hice cargo de ellos. Les traje hasta Maella y hasta llegar tenían muchísimo miedo. No se fiaban de nadie porque tenían pánico de perder a sus hijos«, detalla la concejal.
Un futuro a medio o largo plazo en Maella
Cuando se les pregunta a estas personas por el futuro lo tienen claro: «Maella» . Y es que todo ellos coinciden en que desde su llegada se han visto muy arropados por los vecinos y por la corporación municipal. Además, admiten haber encontrado un lugar «agradable y bonito» en el que empezar su nueva vida. «Nos gusta mucho Maella porque la gente nos da un trato muy cercano. Vamos por la calle y nos sonríen y abrazan sin conocernos de nada», asegura Victoria a través de su compatriota Inna Polvian, residente maellana desde hace más de una década. No obstante, dejan claro que no vienen al Bajo Aragón-Caspe a «vivir de ayudas» y que quieren trabajar. Para ello, desde el consistorio apuntan a la temporada de fruta para asentar y dar un futuro a estas familias.
Miguel Angel dice
Me parece una respuesta SERIA Y HONESTA . La que da el ayuntamiento de Maella. Suerte a todos .