Un poco de jabón. Primero lavamos el dorsal y después las palmas. Frotamos entre los dedos bien a fondo entrelazando las manos, una debajo contra el dorso de la otra. A continuación, enjabonamos cada pulgar rotando y estirando hacia arriba. Luego las uñas agarrando los dedos entre sí. Aclaramos como si tuviésemos un cuenco que se balancea de un lado a otro. ¡Y listo! Parece algo sencillo, pero muy pocos lo cumplen. Ni siquiera yo misma lo hago, teniendo en casa la mejor maestra. La miro mientras enjabona cada vez que se ensucia y alucino. Tiene 3 años, ya ven, y no conozco a casi nadie de mi entorno que le dedique un cumplimento tan estricto a cada uno de estos pasos del protocolo de higiene de manos. Se lo han enseñado en las colonias de verano y por eso lo hace con tanta devoción. La miro mientras el agua discurre entre sus dedos llenos de jabón y pienso en la naturalidad mecánica con la que se limpia. Con la misma normalidad se ha acostumbrado a la mascarilla, a no tocar nada, a llamar al ascensor con el codo o con cualquier cosa que tenga a mano. Hoy ha tocado el botón del tercer piso con la etiqueta de un peluche, lo hace como puede pero no se le olvida nunca. 

No tiene miedo. El covid ya es un compañero molesto al que respetamos y conocemos bien. Simplemente lo ha normalizado. Por eso me resulta incomprensible que yo que la llevo a todas partes con mascarilla, como otros muchos padres, no vaya a tener que emplearla de forma obligatoria en colegio, al menos hasta hoy no es el protocolo. Veremos mañana, porque la incertidumbre en torno al inicio del curso es bochornosa. Seis meses ha habido para organizarse, prepararse para el peor escenario, extremar las medidas y tomar decisiones colectivas consensuadas, originales, creativas y seguras que buscasen la protección de los niños. Los pequeños han sido desde el inicio de la pandemia los más vulnerables, los más silenciados y olvidados. A mi me importa un pimiento si tienen que comer en el aula siempre que sea seguro y llevadero. Tampoco me importará si tienen que trasladar su clase a la biblioteca, al parque, a Pui Pinos o al campo de fútbol. ¿Porqué no? Pero lo que no comprendo es que estemos a dos semanas del inicio del curso en esta situación y con la pandemia creciendo. 

Hasta ahora no hemos podido informar apenas de los contagios en niños. Eran muy escasos quizá por la falta de capacidad diagnóstica, pero también por su sobreprotección. Son asintomáticos y no se detectan con facilidad. Pero sí sabíamos que eran superportadores. De hecho la primera medida que se tomó el 12 de marzo fue anunciar el cierre de los colegios. ¡Y no hemos avanzado nada ni creado protocolos para ellos! Hablamos de terrazas, de bares, de discotecas, playas, tabaco, pero esta cuestión es mucho más clave. Y la conciliación sigue olvidada salvo por algunas medidas de la administración más cercana. La solución para mucha gente que no pueda teletrabajar va a ser dejar a los niños con los abuelos. Suma y sigue. 

Ahora, con un volumen de PCR enorme, estamos viendo cómo los niños suponen el 15% ya de los casos. Que las autoridades sanitarias no hayan alertado sobre esto y no se ponga el foco ahí ha provocado que se relajen las medidas entre los menores de 14 años especialmente. Ya vimos en febrero lo que implicaba «no generar alarma» cuando no se informaba de manera transparente. Hace meses que se constató científicamente que la población infantil sí se contagia, pese a que incluso Trump lo negase siendo obligado a retirar de facebook su cita negacionista. Los casos en el ámbito familiar son muy importantes, y no hacer que los niños cumplan exactamente las mismas medidas que el resto es una desfachatez. Más de 1.200 menores de 14 años han dado positivo en coronavirus en Aragón desde el 26 de julio, incluidos casi 70 bebés. Esto sin ir al cole. Septiembre no debería ser marzo, ni agosto tener las playas llenas de responsables capaces de tomar decisiones disfrutando vuelta y vuelta al sol. Escalofriante. Ojalá ganemos con esto si, entre este caos, algunas familias deciden escolarizar a sus hijos en pequeños pueblos donde los niños se cuentan con los dedos de las manos. En algunos municipios ya está pasando. Ojalá en un mes demos más veces esta noticia.

Eva Defior