Europa era, para el poeta francés Paul Valery, «Atenas, Roma y Jerusalén». Razón, Humanismo y Religión a un solo tiempo. Una aventura inacabada, para el viejo Bauman y un mosaico de diversidad, matices y términos para el diplomático Salvador de Mandariaga.

Desde sus orígenes, popularizados por el clásico mito de Europa raptada por Zeus, de Ovidio; Le Grand Continent como lo define Pascal Lamy, se ha ido formando en las crisis. No de una vez, ni de forma global, sino con la solidaridad de hecho haciendo de eje pivotal, como así lo quisieran sus prohombres Monnet y Schuman.

Diría el sabio Heródoto de Europa, que no se sabe ni de dónde ha sacado su nombre, ni quién se lo ha dado. Sin embargo, la Europa de hoy, la de la Unión, se gestaría en Maastricht en 1992. Una Europa que ha hecho justicia a sus ideólogos, que no ha tolerado límites y, si los ha establecido, ha sido para traspasarlos, siguiendo a Zygmunt. Del Atlántico a los Urales para De Gaulle, o de Lisboa a Vladivostok, según Dostoievski.

Con este trasfondo, el Mercado único, Espacio de libertad, Seguridad y Justicia ha hecho del efecto Bruselas y su poder blando, como lo cataloga Joseph Nye, su hoja de ruta. A golpe de crisis y riesgos materializados, advertidos por Ulrich Beck, ha virado el rumbo de potencia kantiana a leviatán hobbesiano.

Ahora entona una doctrina Sinatra y, a su manera, busca la autonomía estratégica abierta. La UE-27 comienza a hablar el lenguaje del poder, como prefiere su Alto Representante, de apellidos catalanes y nace, así, una Europa Geopolítica.

En esta tesitura, la Unión debe decidir si camina hacia la Europa de las Naciones o hacia los Estados Unidos de Europa, esto es, si sigue como proyecto de mercado o se consolida como comunidad política. Más allá de la urgencia, el proceso político de Europa se parece al enfermo imaginario de Moliere: está sano, pero agnósticos, euroescépticos y fanáticos europeístas se obsesionan con sus supuestos males.

Óscar Luengo. Jurista, licenciado en Derecho y ADE