Dos décadas han transcurrido desde que aquel 11 de septiembre de 2001 cuatro atentados en cadena golpearan con fuerza al pueblo americano y dejaran sin aliento a una comunidad internacional que no daba crédito de lo que decenas de miles de medios de comunicación alrededor del mundo informaban. Más de 7.300 días después, el tan señalado 11S ha abierto el camino a una era donde sus consecuencias siguen vigentes.

El retroceso de la democracia, los efectos del Brexit, la COVID-19, la apertura de nuevos conflictos…mucho ha llovido desde entonces, especialmente para un servidor que por aquel entonces todavía no había ni tan siquiera había dado aún sus primeros pasos.

El rumbo de Estados Unidos parece haberse encaminado hacia una clara pérdida de poder y hegemonía mundiales, quizá por las decisiones adoptadas en un primer momento por George W. Bush tras los atentados. Decisiones como la llamada «war against terror», toda una campaña de persecución contra el artífice de los ataques a las torres gemelas, Al-Qaeda, y que se condujo por la gracia de la tan sonada Doctrina Bush. Esta política de tintes neoconservadores perseguía la utópica expansión de la democracia por todo el globo, y en cierto modo, justificaba futuras invasiones e intervenciones militares armadas.

Menos de un mes después de los ataques del 11S, Estados Unidos lanzó contra Afganistán varios ataques aéreos que terminarían en noviembre del 2001 con la invasión total del país, el derrocamiento del régimen talibán y el exilio de algunos de los cerebros de los atentados, miembros de Al-Qaeda. Estos acontecimientos fueron percibidos por la administración Bush como grandes victorias, lo que llevó al ejecutivo americano a intentar la misma estrategia en Irak a partir de 2003, y que se convertiría, como saben, en todo un conflicto lleno de violencia y protagonizado por el resurgimiento del más feroz terrorismo yihadista.

No obstante, no solo Estados Unidos deliberó medidas para blindarse dentro y fuera de sus dominios contra la persistente amenaza terrorista. También Rusia, que legisló nuevas normas para ilegalizar partidos políticos (recuérdese el caso del opositor Alexéi Navalni); y China, que levantó todo un macrosistema de vigilancia a través del cual ha oprimido durante años a los uigures, minoría musulmana de Xinjiang.

Guantánamo, las operaciones de la CIA en Europa, los propios conflictos de Afganistán e Irak…parece lo que se vendió como «una lucha antiterrorista» ha provocado un efecto contrario al deseado: la aparición de nuevos grupos terroristas. A esto hay que sumarle la generación que ha dejado tras de sí el 11S, golpeada por dos crisis económicas casi consecutivas y acorralada por empleos precarios y temporales; también, la última en unirse a la fiesta, la COVID-19.

Tras dos décadas de cambios, Estados Unidos parece que se enfrenta a un futuro incierto donde estoy convencido que su influencia no va a ser la misma, pero en el que se ve forzado a buscar protagonismo, si con todo, quiere mantener sus intereses.

Aarón Ferrando. Reflexiones de un aprendiz