En mi pueblo ya han terminado las «no fiestas». La prohibición de las peñas, el botellón y el ocio nocturno controlado ha llegado tarde Lécera pese a que en marzo fue uno de los municipios en los que mayor incidencia tuvo la covid-19. Nos hemos olvidado demasiado pronto de que prácticamente en todas las familias hubo casos, algunos de ellos de elevada gravedad.

Todos incumplimos las «normas» de alguna manera, eso está claro. Pero también está claro que hay comportamientos vergonzosos entre todos los rangos de edad. Da lo mismo veraneantes que vecinos. Hay jóvenes que no se ponen la mascarilla, de acuerdo; pero a la vez hay padres y abuelos que, lejos de dar un buen ejemplo, buscan en los boletines oficiales de Aragón y el Estado una coma que les permita justificar lo injustificable. En Lécera no hemos retrocedido de fase desde que comenzó la nueva normalidad y seguimos afincados en ella -eso sí, con restricciones desde esta semana que nos hemos ganado a pulso-. Las recomendaciones no funcionan y sólo si nos tocan el bolsillo obedecemos.

Ojalá dentro de diez días no tengamos que lamentar ninguna de nuestras acciones en estas tristes y nostálgicas «no fiestas». Yo me quedo con aquéllos que han cambiado lo de pinchar litros por la bicicleta y las cenas masivas por las excursiones a Peñispera y a las Cucutas. Disfrutar del pueblo en verano es mucho más que vivir unas fiestas multitudinarias. Porque, si nos comportamos, estas fiestas volverán y las viviremos con más ganas que nunca.

María Quílez