Llevo mentalizándome para tener que enfrentar este día un par de años, pero siempre remontabas tras tus idas y venidas al hospital. Qué tozudo eras rediós. No sé ni por dónde empezar y cada vez que me pongo se me nubla la vista.

Ahora estabas en un buen momento, escribiendo muchísimo, guerreando con el ordenador, animado y motivado. Hablamos el jueves por la noche. Volvía a casa en coche tras cerrar la edición del periódico cuando me sonó el móvil. Paré en la cuesta del camino de San Pascual con los intermitentes puestos para no perder la cobertura. Cada llamada tuya era importante y requería 100% de atención. Hacía unos minutos que había revisado tu último artículo: ‘Remite la amenaza’. Todos eran fantásticos y durante el estado de alarma habías redoblado esfuerzos.

‘Arresto domiciliario’, ‘Desescalada, desmadre y recidiva’, ‘Verbena en Wuhan y el Cipotegato de Tauste’, ‘El heroísmo de los médicos’ o ‘San Jorge vulnerado’. Tres o cuatro entregas semanales, cumpliendo con mi llamada para animar a la población con tu pluma mordaz, tu ironía y tremendo fondo cultural. Tu casa de la avenida Aragón era un museo y una biblioteca donde solo tú sabías encontrar las cosas, a veces, ni eso.

Cuando me llamaste estabas cabreado porque te habías caído. Días antes te hicieron la prueba del covid y me querías dar una buena noticia. «No lo tengo, bonica. Pero me caí por la noche y me he roto la cabeza, el occipital. Aunque, ¿oyes?, me rula la cabeza todavía. Si hace falta me llevo un ordenador al Hospital, ya veré cómo. Te escribiré hasta que me muera», me dijiste muy serio, como en una terrible premonición. Y no me quito esa frase de encima, maldito. Te contesté, «¿morir? Con la cuerda que tienes vivirás 109 años, como la mujer más longeva de Aragón, que ayer cumplió 109 años en Albalate». Te quedaste callado, imagino que por no contrariarme, pero debiste pensar: «¡ni loco!» Y te entró la prisa. Qué puñetero eras.

Quizá lo barruntabas ya. Eras un hombre intuitivo como buen periodista de raza. Me volviste a recordar, así sin venir a cuento, tu última salida de Alcañiz. Estabas tremendamente agradecido por aquel día que tuve la suerte de compartir con tu familia con motivo de la inauguración de la exposición de tu hijo Rubén. Vino desde Berlín para mostrarnos a todos una sensibilidad heredada y cultivada desde una infancia educada con respeto a la cultura. Acababas de comprarte un coche BMW descapotable, tu última gran locura. Nos quedó pendiente un recorrido por las carreteras del Maestrazgo para estrenarlo. El BMW se quedó aparcado, a la fuerza porque tú lo habrías llevado donde fuera. Fuimos y regresamos juntos con mi coche en un trayecto que se nos pasó volando. Eras un enorme conversador. Recuerdo tantas cosas de tan pocos años en los que te conocí…

Cada uno de nosotros conocía a un Darío distinto. Te daba lo mismo hablar de un guiso de borraja, que de historia de arte, música clásica, literatura, política nacional, contar chistes o entonar una jota. Pero nosotros hablábamos sobre todo de aventuras periodísticas, de las tuyas que fueron muchas y enormes; de los retos de la profesión y de la vocación. Te gustaba apoyar a los periodistas locales siempre que se te requería. Siempre me preguntabas por mi hija, eras muy chiquero. Ella adoraba a tu perro, Pirata, que también se fue el año pasado. Me sorprendiste cuando el dolor por su pérdida te dejó tan tocado… ¡Ah!, y no te faltaba nunca el piropo. Gran adulador, siempre galán, no importaba el momento ni el lugar. Te preocupaba ofender, «en estos tiempos uno ya no sabe si puede piropear a una mujer».

Te fuiste de camino a comer unas alcachofas cocinadas por María Jesús, quién te lo iba a decir. Adorabas la buena cocina y la promoviste allá a donde pudiste.

Tu funeral, amigo mío, fue el evento más multitudinario de los últimos sesenta días. Cien personas en la iglesia Mayor. Verte entrar en la excolegiata portado por tus nietos fue desgarrador. Te doy los detalles: El cura nos desinfectó a todos las manos. Estaban los mejores. Ignacio, Miguel, Vicentina, Alicia, Paco y Tere, Joaquín… En espíritu también había muchos otros que no pudieron venir por el veto interprovincial. Otros, sabrás quiénes, se lo pasaron por allá donde imaginarás, y no faltaron a la cita. A mitad de sepelio, me quité la maldita mascarilla. Te veía ahí arriba diciéndonos: «Estáis todos a dos metros, mamanes, ¡quitaros el bozal!» Y respiré, al fin, en tu despedida hasta el final de un evento más frío de lo que merecías. A tu salida, imaginé la plaza de España llena de gente, los danzantes y caballeros de San Jorge haciéndote un pasillo, bailes y risas de niños, y la música del vencimiento del Dragón de fondo para despedirte como te correspondía. Recuerdo que el 23 de abril te envié unos videos en los que se veía cómo los alcañizanos celebraron la recreación de tu vencimiento desde los balcones. «Creé el Vencimiento para la gente y me iré sabiendo que Alcañiz ha hecho suya esta fiesta. Mira que esto no me ha pasado nunca, será la edad… Me he emocionado como un chiquillo al ver los vídeos».

Viviste como quisiste, hasta el final. Libre, irreverente, indomable, sintiendo tu tierra, de donde no te podían mover tus hijos. Te fuiste con las botas puestas, rápido y sin sufrir. Como los grandes. Adiós, bonico. Te echaré mucho de menos. Ahora toca releerte. Te dejaste mucho por enseñarme, maestro.

Eva Defior – Obituario