La palabra Afganistán podría figurar en el futuro en los diccionarios de sinónimos como equivalente a «vergüenza» y a «tragedia», pero también a «fracaso máximo».

Así de triste. «Ha sido un fracaso sin paliativos de Occidente», admite sin reparos Margarita Robles, ministra española de Defensa. Estábamos avisados. En varios países, lúcidos analistas advertían de lo que podía pasar. Y ha pasado; incluso a mayor velocidad de la prevista, por el súbito hundimiento del Gobierno afgano. El día que huyó el presidente del país, Ghani, abandonaron su trabajo hasta los controladores aéreos. Un caos y un drama. El eurodiputado español Domènec Ruíz Devesa, que fue Director de Gabinete con Josep Borrell, advertía en marzo que «con la retirada de las tropas extranjeras, el país volvería a sumergirse en una guerra civil donde los talibanes llevan todas las de ganar». En otro articulo en Sistema Digital, en julio, firmado también con Nuria Portero, el eurodiputado advertía que «por más que aparenten moderación para obtener reconocimiento internacional y ayuda económica, los talibanes aspiran a instaurar un régimen teocrático con el consiguiente perjuicio para la sociedad civil, especialmente mujeres y niños».

Esa tragedia, que tapa informativamente otras violaciones de derechos humanos en el mundo, desde las brutalidades en el Sahel africano a la detención de todos los candidatos de oposición en la Nicaragua del ex guerrillero Daniel Ortega, se asume mal en algunos países, o trata de aprovecharse en otros. En Estados Unidos, el presidente pasa por sus peores momentos y se habla ya de «la mancha Biden» que no se limpiará en todo su mandato. En Italia, el primer ministro Mario Draghi clama por la dramática situación en la que quedan en Afganistán las mujeres y niñas ante la aplicación extremista de la Sharía, la ley islámica. Mientras, Rusia, China y Pakistán, se orientan a ganar influencia con el nuevo gobierno talibán para ocupar el espacio que deja la retirada de Estados Unidos y de sus aliados europeos de la OTAN.

En España, lo ha resumido así el presidente Pedro Sánchez: «orgullo»por la ejemplar evacuación y atención a los refugiados, pero «fracaso de la ocupación». Que el sábado 21 viajara a Madrid Úrsula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, para afirmar que «España representa el alma europea», significa un claro respaldo para el país y para su presidente socialista. Von der Leyen viene de la conservadora CDU alemana por lo que sus palabras duelen todavía más a la oposición de derechas en España, incómoda por lo sucedido. Tras la ejemplar actuación de militares, policías y diplomáticos españoles en lo que se ha calificado como «la evacuación más difícil del mundo», la ministra Robles estalló: «Me da vergüenza ajena la falta de sentido de Estado del Partido Popular». Varios responsables populares expresaron en privado su malestar por la posición de crítica a todo, sin matices, de su líder, Pablo Casado. Andrea Levy, dirigente muy vinculada al alcalde de Madrid, Martínez Almeyda, se atrevió a manifestar su elogio a la forma en que se había gestionado la evacuación. Casado rectificó días después distinguiendo entre el trabajo de los funcionarios y el del Presidente del Gobierno.

Con esa destacada actuación española, reconocida por todos sus socios europeos, excepto por la oposición interna, cabe imaginar la proyección internacional que tendría este país si existiera unidad politica en asuntos de Estado. Pero eso, tristemente, es solo un sueño.

Manuel Campo Vidal. Periodista