Hice limpieza del cajón de los medicamentos el otro día. Ya saben, caducados, secos, obsoletos e inservibles varios. Guardo una botellita de alcohol de romero, ya sólo quedan dos dedos. Se evapora como el tiempo. Hace años que la conservo aunque trato de no emplearla para nada. Su olor es de los que no caducan. Abrirlo y olerlo me retrotrae al pasado reciente. No era consciente de que lo guardo y no me sirve para curar heridas. No me vale porque me recuerda a mi madre y a mi abuela Julia, que ya no está. Este alcohol de romero viajó a mi casa de Alcañiz desde la habitación donde crecí en Zaragoza cuando mi abuela falleció. Ella pasó sus últimos años en mi cuarto, que ya nunca más lo fue, tras un infarto cerebral que la dejó impedida y dependiente su último verano en el pueblo de La Rioja, Rincón de Soto. De los últimos momentos de esas vacaciones, días antes del ictus, guardo las galletas lengua de gato, las siestas con la novela, las zapatillas siempre limpias sin importar la cantidad de porquería que pisaras la noche de fiestas anterior, el ataque a los nidos de golondrinas en el balcón, o las reuniones de hermanas, hijas y nietos en la cocina. 

Casi todos cuidamos, hemos sido, somos o seremos cuidadores. Mi madre cuidó de mi abuela durante años asumiendo un trabajo duro físicamente y doloroso psicológicamente, un tiempo que duró hasta que su madre se apagó mientras dormía. El cuidado constante de un enfermo genera un desgaste silencioso y es uno de los mayores actos de generosidad que existen. La mayoría de las familias deben enfrentarse al cuidado de una persona, sin embargo muy pocos conocen los recursos sociales existentes ni se visibiliza una realidad que no ocupa portadas (hoy la nuestra sí). La ley de dependencia sufre retrasos inaceptables y la regulación de los cuidados es uno de los retos legislativos pendientes más importantes del Gobierno. El peso recae sobre la mujer en un 90% de los casos y supone una brecha tremenda de desigualdad. No está pagado ni reconocido. Hoy es el Día Internacional de las Personas Cuidadoras y hay que preguntarse: ¿Quién cuida al cuidador? Sólo en nuestro territorio más de mil familias reciben ayuda a domicilio a través de las comarcas, tienen apoyo de centros de día o asociaciones especializadas en atención a la dependencia.

Mi madre empleaba el alcohol de romero para dar masajes a mi abuela en el cuerpo, limpiar y mejorar su circulación de vez en cuando, y oxigenar el olor de los pañales. Cuando la llevaba por casa con la silla de ruedas, ese olor a campo lo impregnaba todo, pero sobre todo la habitación. Veinte años después ese cuarto en el que mi madre cuidó de mi y después de mi abuela, se ha convertido en un rincón con una cama doble en la que duermen los nietos (biznietos). Estrenamos mobiliario hace dos semanas, pero siguen quedando algunos cajones con recuerdos de todo este tiempo recorrido. Uno nunca sabe qué puede encontrar al abrirlo… un pañuelo de tela con iniciales de la abuela, un anillo antiguo de bisutería, unas calificaciones de la EGB con apuntes de los profesores, un sonajero, unos peleles, esponjas con jabón de un solo uso, empadores, un antiguo jersey de lana tejido a mano, un album de fotos antiguas o mantelería bordada con puntillas.

Hoy, en todas esas casas llenas de olores, recuerdos, noches en vela, preocupaciones y largos caminos, muchísimas personas que cuidan y han cuidado merecen más. Más dignidad, más derechos, más apoyo y, por supuesto, todos los besos del mundo… ese mismo cariño que dan, un día como éste y los 365 del año. Es una suerte que podamos besarnos y abrazarnos al fin.

Eva Defior. Sexto Sentido