El historicismo es aquella doctrina que tiende a pronosticar un futuro inexorable basándose en una selección parcial e interesada de hechos pasados. Desde «La miseria del Historicismo»  de Karl Popper sabemos que este tipo de interpretación es falaz, cuando no extremadamente peligrosa. En realidad, es una adulteración del trabajo honesto y científico del historiador en favor de la ideología que se desea justificar e imponer. El futuro no es inexorable. Los seres humanos podemos dictar nuestras vidas libremente.

Estudiando los hechos pasados, podemos conocer la naturaleza del presente, realizar comparaciones con cierto grado de similitud con el pasado y evitar los anteriores errores en el futuro. Estas son las últimas razones que nos han llevado a escribir las líneas que siguen.

En un artículo previo, publicado justo antes de comenzar la guerra y que se titulaba «Ucrania: un peón en el tablero mundial», utilizábamos un gran angular para entender que la importancia del conflicto rebasaba el desastre local. Resumiendo: el conflicto en Ucrania estaba ligado a la desestabilización de Rusia, principal proveedor energético y de materias primas de China, país que hace peligrar con su crecimiento la hegemonía mundial americana. Este gran desafío en el panorama internacional iba acompañado de una cada vez mayor integración de Eurasia, desde el Rin germano hasta el Mar de China Oriental, a través de un proyecto económico y de comunicaciones promovido por el gobierno de Pekín que es conocido como la «Nueva Ruta de la Seda» y al que Washington, obviamente, se opone. Finalmente, apuntábamos que un mayor número de conflictos y una inflación galopante en todo el Mundo serían las consecuencias obvias del choque internacional.

Desde el Euromaidan de 2014, que llevó a un cambio proccidental en Ucrania, era conocido por todos los expertos la inevitabilidad del conflicto. La doctrina del Estado ruso considera como irrenunciable para su poder y seguridad el control de los países limítrofes en los que hay población rusoparlante heredera de la URSS. Autoridades en la materia como Henry Kissinger, Ogarkov, John Mearsheimer o Brzezenski afirman, desde distintos puntos de vista, que poner en duda tal statu quo llevará inequívocamente a la agresión del Gigante Eslavo.

Así pues, Moscú durante estos años ha estado concienzudamente preparándose: desdolarizándose,  acumulando oro y concienciando a su población del futuro choque a través de mostrar insistentemente la tragedia de los 2,5 millones de refugiados ucranianos prorrusos que han llegado a su país. El autócrata ruso Vladimir Putin conocía tan al detalle que la futura consecuencia del conflicto llevaría a la ruptura con Europa que, incluso, los libros de texto escolares han cambiado para dar más importancia a la historia asiática rusa o a los conflictos con países occidentales. Esta preparación se denomina como «Período Inicial de Guerra» por los oficiales rusos, según el famoso experto en asuntos militares rusos Timothy Thomas.

Por otro, la OTAN, entrenaba decenas de miles de soldados ucranianos, espoleaba el nacionalismo ucraniano, la revisión del Tratado de Minsk II -tratado que otorgaba cierta paz a la zona- , o mentía descaradamente a Kiev prometiéndole una entrada en la organización si había conflicto al intentar recuperar los territorios irredentos del Donbas y Crimea. Sabían que la recuperación de estas zonas por un país históricamente vasallo de Rusia como Ucrania haría caer la legitimidad de Putin, tanto dentro como fuera de Rusia. Ello llevaría a la caída del Gobierno ruso, desembocando en una repetición del descontrol y anarquía que hubo en los años 90, tras la caída de la URSS. Una enorme baza para poder frenar ya no sólo el crecimiento chino sino el inicio de la soberanía autónoma alemana. El país germano estaba siendo cada vez más independiente de fuentes energéticas controladas por EEUU y ligadas a Rusia, especialmente a través de los famosos gaseoductos, estos días en boca de todos, Nord Stream 1 y Nord Stream 2. Todo este plan no son meras elocubraciones pues ha sido ya admitido por figuras públicas como John Bolton, antiguo consejero de seguridad nacional americano. 

Tras la multiplicación de los bombardeos ucranianos en las zonas rebeldes prorrusas del Este del país de acuerdo a informes de la OSCE y la aproximación de las tropas rusas a la frontera del país en febrero, llegó la invasión. El rictus de miedo y tensión de Putin en el mensaje matutino de aquel día era prístino: un destino análogo al de Gadaffi o Saddam Hussein pasaba insistentemente por su cabeza ante la incertidumbre de lo que podía ocurrir. Siguieron inmediatamente, y perfectamente planeadas, las sanciones a Rusia, las cuales fracasarían hasta el momento puesto que su objetivo principal era tumbar la economía y con ello al Gobierno ruso, como ya hemos explicamos.  

El plan A ruso, en el que se tuvo escasa fe desde el inicio, era rápidamente empuñar un cuchillo en la garganta de Kiev y obligarle a firmar una paz que lo alejara de la OTAN, reconociera Crimea como rusa y al Donbass como territorio autónomo. Fracasó porque era un farol y lo sabía todo analista serio. Es decir, todo analista que no sale en la televisión. Hasta un niño se da cuenta que una capital de 3 millones de habitantes y defendida por 200.000 soldados, no se puede tomar con tres veces menos de tropas.
El plan B, mientras tanto, se desarrollaba en caso de que no funciona el A: unir Crimea con Rusia por el sureste. Esto progresivamente se logró. Pero, también significaba que la guerra iba a ser larga: hasta que uno de los dos regímenes cayera. La OTAN, como dijo Boris Johnson al visitar Kiev en mayo, mientras que se celebraban negociaciones de paz, no iba a permitir al Gobierno de Zelenski ninguna tentación de poder llegar a un acuerdo con Rusia.

El tipo de guerra, ya desarrollada en Siria, consistía en que la sangre la vertieran los proxies -aliados circunstanciales – y las subcontratas militares -mercenarios – , mientras que las superpotencias exteriores envían dinero, armamento y/o inteligencia. Esto impide tanto el desgaste interior de sus gobiernos como la destrucción mutua asegurada (MAD) con armas nucleares. Por parte rusa, esta guerra indirecta se realiza a través de las milicias del Donbas, los chechenos de Kadyrov, que es un líder vasallo directo de Putin de la zona del Caúcaso, y los mercenarios del grupo «PMC Wagner». A las que se añadía una masa, hasta hace bien poco, exigua del Ejército ruso. Por parte de la OTAN, a través del Ejército regular ucraniano, con instructores occidentales, mercenarios de diferentes países y enviando armamento como apoyo financiero. 

De este modo la guerra se ha ido prolongando. Tras la reunión de las potencias asiáticas en Samarcanda hace unas semanas, se le dio a Putin la aquiescencia de la neutralidad -que es lo mismo que del apoyo- , por parte de China e India. Si observamos las imágenes, el dirigente ruso aparece mucho más distendido, sonriente, durante la cumbre, a diferencia del inicio de la intervención militar en Ucrania. A pesar de lo que se nos está contando en los medios occidentales, la guerra no le está yendo mal ni está desesperado, al menos, hasta el momento.

Tras esta reunión, el Gobierno ruso ha llamado a filas a unos 300.000 hombres más. Una conscripción que representa menos del 2% de la que es posible realizar. Esto es debido a la escasez de efectivos oficiales del Ejército ruso operando en Ucrania: sólo unos 200.000 hombres. Ejército que ante la tenacidad y sacrificio ucraniano, y aún con una superioridad artillera aplastante, ha sido incapaz de avanzar con suficiente velocidad en sus objetivos. Al conocer esta noticia, sumada al ilegal referéndum de las regiones del sureste del país por parte del Kremlin, Kiev ha lanzado desesperadamente ofensivas en los últimos días, antes de que pudieran llegar los nuevos reclutas rusos y la situación se vaya a deteriorar. Washington sabe que la mayor baza que tenía Ucrania es la crisis interna del Gobierno ruso, por lo que la prolongación de la guerra, hasta que no quede un soldado en pie, ya no obedece a la creencia de un triunfo ucraniano sino a la de desgastar a Moscú para su beneficio. Tres datos para hacerse una idea real de la situación más allá de los grandes titulares de territorio reconquistado a los rusos: el territorio que ha vuelto a manos ucranianas es el 5% del país, la caída del PIB en lo que va de año de Ucrania es del 30%, la de Rusia del 4,6% según el Banco Mundial. Por último, Ucrania va por al cuarta conscripción, Rusia no ha llamado, como decíamos, ni al 2 por ciento de sus posibles reclutas. 

Relacionado con el incremento en la intensidad de la guerra se produjo la explosión de los gaseoductos ruso-alemanes en el Mar Báltico. Estos otorgaban una energía muy barata a la industria alemana pero tuvieron una constante oposición y sanciones económicas de EEUU a las compañías constructoras.
El orden cronológico es muy elocuente: Putin anuncia la llamada parcial a filas, se prevé mejora de la situación para Moscú en Ucrania mientras que dificultades energéticas en invierno para el país germano, por lo que con los sabotajes se elimina cualquier tentación de buscar un acuerdo diplomático que frene la guerra. Las últimas noticias parecen apuntar a que la alternativa será el gas proveniente, principalmente, de EEUU, casi un 50% más caro que el ruso, o de Qatar y Azerbayán. Regímenes, estos dos últimos, aún menos respetuosos con los derechos humanos que el ruso, pero mucho más cómodos estratégicamente para América del Norte.

Las posibles consecuencias de estos hechos son verdaderamente alarmantes para la Unión Europea. Hace pocas semanas un periódico sueco, New Dagbladet, hacia público un documento confidencial del importante think tank militar useño Rand Corporation. En este se calculaba que las sanciones impuestas por los países de la UE a las fuentes de energía rusas, junto a las políticas verdes, harían huir a las industrias europeas a EEUU debido al alto coste energético. El monto total de tales políticas se calculaba en un total de entre 7 a 9 billones de euros en 4 o 5 años, noqueando la economía europea y desindustrializando profundamente a Alemania. Esta información no parece una mera especulación, sino un hecho cada vez más constatado. El pasado 21 de septiembre, Wall Street Journal ya explora estos cambios económicos, titulando «Los altos precios de la energía mueven la industria europea a EEUU». Ayer, domingo 9 de octubre, el períodico digital «Libre Mercado» leía «Los inversores huyen de Europa: la salida de capital se encuentra en niveles de la crisis de 2012».  Mientras, según señala «El economista», la clase media y trabajadora de nuestro país, entre inflación e impuestos, ya ha perdido el 20% de su capacidad adquisitiva. Y no tiene pinta que la sangría vaya a parar pronto.

Por último, y de manera sucinta, me gustaría tratar los siguientes asuntos: la futura evolución de la guerra y la amenaza nuclear. Habiendo sorteado la posible rebelión interna ante las sanciones económicas como a la movilización parcial, Vladimir Putin tiene todo de frente para avanzar este invierno mientras golpea la crisis energética en el Viejo Continente. Es muy probable que, en los próximos meses, tras el intento de sabotaje del puente de Crimea de este pasado sábado, el Ejército ruso destruya un gran numero de infraestructuras críticas como de unidad militares ucranianas, avanzando en sus objetivos y retrocediendo el avance ucraniano. Una clara señal de esta escalada ha sido el nuevo nombramiento del General Surovikin como nuevo jefe de operaciones ruso, militar conocido por su dureza en Siria justamente contra este tipo de objetivos. Lo que llevará, tristemente, a un incremento de los muertos civiles.

En relación a ello, no por casualidad, está la insistencia en los medios occidentales de que estamos al borde de una guerra nuclear producto de la desesperación del mandatario ruso. Ya hemos explicado que no tiene ningún sentido decir esto porque, ahora mismo, todo le viene de frente. El autócrata ruso ha pasado de unas limitadas exigencias iniciales -autonomía del Donbas, independencia de Crimea y no entrada en la OTAN-, a ampliar sus demandas, mientras se anexionaba ilegalmente el sureste ucraniano. Al mismo tiempo, va duplicar efectivos, teniendo a una mayoría de la población rusa apoyándole e, incluso, considerándole como excesivamente moderado o pusilánime. Por lo tanto, estas informaciones obedecen a otra razón.

Pudiera ser, especulando, la justificación pública de una próxima tregua ante la supuesta amenaza de la guerra nuclear. Incluso si por ejemplo ocurriera un «accidente» de este tipo, producto de una ataque ruso, ello nuevamente iría gravemente en detrimento del país eslavo. Pues, Rusia estaría deslegitimizada ante la comunidad internacional, incluido ante sus aliados asiáticos, convirtiéndola en un apestado y tambaleándose gravemente su estabilidad. Al Gobierno ruso, en cualquier caso, le interesa que siga la situación en el curso actual para su beneficio, sin sobresaltos que la pudieran modificar.

Cerraremos este artículo volviendo a recordar, como explicábamos al principio, que no hay nada inevitable. El futuro siempre está abierto pese a las oscuras nubes que pudieran rodearnos. Pero, para tomar las decisiones correctas es necesario aprender del pasado y analizar honesta como ecuánimemente el presente. La toma de posiciones maximalistas o fanáticas sólo pueden llevar al desastre. Un posibilismo digno y realista en el que todas las partes enfrentadas cedan parte de sus intereses siempre desembocará en un bien común mayor. Pero para lograr esto, la razón debe dirigir nuestro quehacer humano, como así el jinete de Aristóteles domaba el caballo de la pasión, evitando cometer graves errores que hipotequen nuestro futuro.