De agradecer. La claridad expositiva de Josep Borrell, Alto Representante de Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de Europa, sorprende a todos y molesta a algunos pero galvaniza las opiniones porque suelen ser un baño preventivo de realidad y un estímulo para el debate imprescindible sobre el futuro inmediato. Borrell va por delante de la actualidad; algunos meses, por lo menos. Ante la crisis energética que se nos venía encima sin divisarla, anunció que convendría rebajar las calefacciones algunos grados para resistir mejor el invierno que Vladimir Putin nos estaba preparando. Gran revuelo. Incluso reacciones airadas. Estamos en otoño y ya hay gobiernos proponiendo lo que Borrell predijo.

El reciente discurso a los diplomáticos de la Unión Europea -que nos representan en 134 países- fue un auténtico rapapolvo: «Me entero antes de las cosas por los periódicos que por vuestros informes». O «sin comunicar, ni estar en redes sociales no se llega a las almas de las personas». El discurso debe ser enmarcado por sus titulares inolvidables. Es difícil resumir en tres frases un análisis de cómo era la Europa que conviene sacudir para construir otra. «Nuestra prosperidad se ha basado en una energía barata importada de Rusia, en el acceso a bienes baratos procedentes de China y en una seguridad dependiente de Estados Unidos desde los años 50». «Pero la fiesta se ha acabado». «En el mundo diferente que estamos, debemos ser tan autosuficientes como se pueda en energía, materias primas críticas, materiales raros, entorno digital y con mayor autonomía en defensa». Eso nos pasaba y esa triple dependencia es la que hay que resolver.

Otras debilidades europeas las denunció Borrell durante la pandemia del COVID advirtiendo de que tenemos más de mil laboratorios pero no se produce ni un gramo de paracetamol, medicamento que depende la importación de India y China. Por ahorrar unos céntimos y con suministro garantizado; salvo que allí necesiten toda la producción. Como sucedió en la crisis sanitaria mundial.

Si de algo positivo debe servir la crisis generada por la invasión de Ucrania es para que miles de funcionarios burocratizados se desperecen en Bruselas, o allí donde estén; que los Gobiernos tomen decisiones operativas para reducir la dependencia energética y para que un caudal de iniciativas contribuya a dibujar esa nueva Europa autónoma. Acaso ese discurso tan clarificador sobre lo que somos y lo que debemos de ser debería haberlo pronunciado otra autoridad europea. Pero lo ha dicho el vicepresidente Borrell con la solvencia y la decisión habitual. En todas las capitales europeas ha generado un debate positivo. Europa necesita una reacción y el drama actual puede ser la oportunidad para generarla.

Nunca el horizonte pudo ser más incierto; en general y en particular. En la economía mundial y en la política doméstica. Preguntados algunos presidentes autonómicos -del valenciano Ximo Puig a la riojana Concha Andreu, y varios presidentes de diputación populares, sobre la renovación de sus mandatos en las elecciones del próximo año, la respuesta fue equivalente: «Sí, en principio, pero ya veremos cómo estamos entonces». No es para menos. Incertidumbre total. Si Alemania no descarta entrar en recesión el próximo año por el gas ruso; si la nueva primera ministra británica, Liz Truss, ya advierte que no dará marcha atrás en su plan financiero ultraliberal que viene hundiendo la libra y alterando los mercados; y si la guerra no se para, cualquiera sabe cómo estaremos en mayo. Por el camino, se agradecen palabras claras y que alguien marque el rumbo.

Manuel Campo Vidal. Periodista