Las pompas de jabón eran hasta ahora mis burbujas favoritas, en el baño, en el parque… entre juegos y risas. Superaban incluso a las de cualquier batido, a la espuma de las olas del mar y la del café con leche. La burbuja también es básica para ayudar en el día a día de quienes la están empleando como icono de sus técnicas de meditación últimamente. Su forma suave de flotar, su transparencia y movimiento hacia el cielo nos trasmiten una paz fácil de alcanzar. Las pompas de jabón son tan hipnóticas como frágiles, igual que los niños que tanto queremos proteger en esta compleja vuelta a la rutina.

La palabra burbuja también se ha contagiado de covid-19. Así de tremendo es el virus, que hasta las mejores armas de nuestro vocabulario quiere colonizar. Cada vez que ahora uno escucha hablar de «burbujas» no piensa en pompas de jabón, sino en pupitres con máquinas de renovación del aire, entradas escalonadas, mascarillas infantiles y patios divididos con cuadrículas de colores. Las nuevas «burbujas» son las de los grupos de niños para la vuelta al cole. Compartimentos estanco en los que nadie puede entrar y salir. Juntos flotarán de acá para allá; entre el aula, el recreo, el baño o el comedor. La idea es mantenerlos a ellos dentro a salvo y procurando que no explote. Para eso deberán llevar sus antifaces, emplear geles hidroalcohólicos y no jugar con extraños, que, a partir de la semana que viene, serán todo su hábitat escolar salvo aquellos que quepan en la pompa. Se puede socializar, pero de lejos. Y los profesores además de gestionar el lío, se ocuparán de que nadie tenga traumas y de que la «evolución emocional» infantil siga su cauce. Se salvan aquellos pueblos donde las burbujas ya vienen de serie por la despoblación, y tan felices. No se preocupen quienes teman por los traumas infantiles, los niños crecen vitales y chispeantes como la espuma en grupos reducidos.

La esperadísima reunión de este jueves de todas las regiones del país con la ministra de Educación no ha arrojado apenas luz. Cada centro va a tener que implementar su propio plan de contingencia, recurrir a la creatividad, a los medios más cercanos y al sálvese quien pueda. Quienes tengan voluntad lo lograrán con relativo éxito y menos estrés, como ha estado siendo desde marzo. El ambiente nacional al hilo de este tremendo caos no aguanta más y está a punto de explotar. Es más que burbujeante con una vuelta al curso que va a ser a todas luces precipitada por razones obvias. No se ha preparado con tiempo, no hay medios humanos y técnicos, y llega con los peores datos de la segunda ola de la pandemia. La precipitación nos trajo hasta aquí en la salida del estado de alarma. A ver si ahora lo sabemos hacer bien dentro del aula pero, sobre todo, fuera.

Eva Defior