El tránsito en nuestras carreteras rurales es una bendita locura estos días. No hay Navidad sin pueblo que valga. El mejor regalo, como diría el anuncio del turrón, es no encontrar sitio para aparcar; apretujarse en el bar en Nochebuena, llenar la casa de los abuelos, desayunar chocolate, dormir con manta de lana y oler a estufa de leña. ¡Déjense de edredones nórdicos y calefacción central! Nuestro pueblito bueno, donde tanta nostalgia envuelve a los ausentes, suena a risas, ajetreo, silencios cómplices, brindis y niños por las calles cantando. No hay fiestas sin frío, niebla, persianas subidas y ventanas empañadas por la condensación en las casas de habitaciones llenas. Quien más y quien menos va y viene de muy lejos al lugar donde se refugian sus recuerdos… o construye otros nuevos en los espacios secretos donde siempre guarda su raíz. ¿Qué sería de nosotros sin el arraigo? No hay distancias que valgan, ni lugares recónditos, municipios aislados o inaccesibles. Las luces brillan mejor en los rincones rurales, los guisos saben más y los turrones engordan menos porque vamos a pasear a la ermita. El pueblo es un buen lugar también para esconderse de la asfixia de las compras sin freno, para reencontrarse con la artesanía o el comercio local, para respirar aire puro, comer real food y volver a las cosas que de verdad importan. Mientras las ciudades van a explotar en un ejercicio de contorsionismo absolutamente imposible para cientos de miles de personas, la España vacía se llena para empezar el año… hasta el 6 de enero, ¡oh fecha maldita de regreso!

Con sus coches irán de acá para allá, arrastrando maletas, regalos y corazones encogidos por nervios, bienvenidas y, sobre todo, despedidas. Hablarán de nuestras bondades, pero también de las necesidades. Y, en esas carreteras tan bien concurridas estas dos últimas semanas del año, Aragón vuelve a liderar el ranquing de las comunidades con las vías más peligrosas según el RACE. Ayer se conocía el informe. 576,7 kilómetros en nada menos que 14 tramos de riesgo elevado. Ya saben que la N-232 nunca falta en este nada prestigioso top ten. Aprovecho estas líneas, últimas del 2019, para pedirles que sean felices, para que tengan mucho cuidado al volante y para que se alíen haciéndose visibles todo el año. La política ya no protagoniza las sobremesas, es un hartazgo, pero seguro que hablarán de nuestros pueblos. y, ¡ojo!, piensen que pasado mañana pueden ser ricos. ¿Si les tocase la Lotería qué harían por su localidad? ¿Volver? Quizá sí, quizá no. Cada uno elige su camino, pero eso no quita para que quienes quieren seguir disfrutando de estos pueblos mantengan este mismo espíritu navideño. Que ser menos no reste derechos ni oportunidades. Mucha gente está trabajando de forma ilusionada para avanzar. Y no solo aquí. No hace falta estar físicamente en el pueblo para empujar hacia su desarrollo. Estos días las casas están llenas de talento a desempolvar, de redes a tejer, de alianzas a crear. Darles continuidad, uniendo a los de aquí y allá, al campo y la ciudad, es el enorme reto que todavía tenemos por delante. Serían las mejores noticias que podríamos dar en 2020.

Eva Defior