El Bajo Aragón Histórico puso ayer el punto final simbólico al cierre de más de cuatro décadas ligadas al desarrollo minero eléctrico. La demolición de la chimenea de la Central Térmica de Andorra, propiedad de Endesa, se vivió con sensaciones agridulces en las que se encontraron la nostalgia de un pasado lejano de riqueza, una última década de serio declive, un presente incierto y un futuro halagüeño. Es unánime, y contiene argumentos incuestionables, la voz de quienes defendemos que el patrimonio ligado al lignito turolense es de un valor histórico único que supone memoria e identidad colectiva de nuestro territorio. En la Villa Minera no se ha sabido trazar un proyecto de interpretación cultural y turística a la altura del valor de lo que ha sido, ni de las inversiones millonarias que han llegado y llegarán.

Y aquí la responsabilidad es compartida entre diversos gobiernos autonómicos y locales, entre agentes sociales, empresariales y sindicales. La atomización de intereses particulares de todo tipo fue minando durante años esta posibilidad en la que habría sido viable mantener la chimenea de la Central como un icono industrial único. Han pasado tres desde que se detuvo la actividad total sin ninguna mesa seria de trabajo en este sentido. Una mínima representación de Teruel Existe abanderaba ayer la causa perdida por el mantenimiento de la chimenea y cuyo respaldo distó mucho de las grandísimas convocatorias sociales en defensa del futuro de Andorra.

La ausencia de otros cargos sindicales y políticos ayer solo puede entenderse como un luto en el que no se quería mirar a un pasado económico que murió en realidad hace tiempo pero tampoco era respetuoso para la doliente memoria andorrana hablar de futuro, inversiones o empleo. Hoy, un día después, toca mirar hacia ese espacio de oportunidades, promesas de reconversión hacia las renovables, sostenibilidad y atracción empresarial en el que que Andorra debe salir de nuevo a las calles con unidad para ser la principal protagonista de su propio destino.

Editorial.