Hablar de «chulos» no es sólo algo cañí o castizo, sino tildar a alguien de bravucón, fanfarrón, insolente, arrogante, descarado, rufián o matón. En Madrid principalmente pero también en casi toda España se han perdido los papeles y la chulería ha convertido el escenario político en una orgía de crispación, insultos, discursos de odio, engaños y amenazas. Un país donde las balas de cetme y navajas ensangrentadas viajan en correo con destino al «enemigo», se presume de «libertad» (¿para quién y para qué?) y se demoniza todo lo contrario al esqueleto ideológico de unos políticos que parecen surgidos de las páginas de la historia de los treinta del siglo pasado. Y escribo «esqueleto» donde debía decir programas o proyectos, porque eso no existe en las proclamas de los que detentan el poder, sino el putrefacto hedor de actitudes que huelen a guerra civil.

¿Se han propuesto mejoras de la gestión de la pandemia, de la sanidad, de la educación, de los servicios públicos? ¿Se han reconocido responsabilidades en las políticas permisivas que han permitido, por ejemplo en Madrid, una de las mayores cifras de contagios y muertes, debido a una sanidad pública esquilmada? No. Se ha atacado a los que no comparten el supuesto «credo» de los que aspiran al poder absoluto, se ha azuzado a militares jubilados, nostálgicos del franquismo, para que enturbien aún más el clima político del país, se deslegitima al Gobierno y la democracia y se apoya un proceso sedicioso. Proliferan los neonazis que se atreven a vomitar odio a los judíos, a los refugiados y a los niños que vienen solos a este país, impulsados por el hambre y la necesidad. ¿Nos hemos vuelto locos? Mientras las izquierdas se lamentan por tanta muerte y tanta crisis, Ayuso invita a cerveza. Atrae más la juerga que las medidas precautorias. ¿Y los desastres que nos vienen encima? Carpe diem.

Esta intención de volver al siniestro pasado, guiados por una minoría fascista, no puede prosperar. Las leyes y los tribunales, pero sobre todo esa gran y silenciosa mayoría de españoles sensatos deben hacer una valiente y decidida defensa de la democracia, un unánime «NO» al fascismo, por encima de intereses partidistas y la diversidad de comunidades. ¿No hay entre tantos políticos españoles un hombre que superando la «política» al uso, se atenga a la realidad y conduzca a esta España que se desintegra a la recuperación en la diversidad, en un proyecto común de progreso y desarrollo?

Alberto Díaz Rueda