Salvo mayorías absolutas, que tampoco son muy recomendables, los españoles parecemos condenados a ser gobernados por Gobiernos de coalición. Tardaron en llegar, a diferencia de Alemania, Italia o Portugal, pero ya los sufrimos: el nacional que preside Pedro Sánchez, entre socialistas y la izquierda populista, y el de Castilla y León, entre el PP y la extrema derecha de Vox. El sistema de elección que propone la Constitución española -la mitad más uno de los 350 diputados del Congreso- obliga a establecer alianzas para llegar a los ansiados 176 escaños imprescindibles para la elección y la aprobación de leyes. En otros países, la segunda vuelta ahorra esas angustias.

No se divisa, por el momento, una mayoría absoluta, ni de Pedro Sánchez, ni de Alberto Núñez Feijóo. Así que desde el 2024 al 2027, tras las elecciones de final de este año, tendremos cualquiera de las dos versiones porque este país está muy polarizado y gobernará, o un bloque de izquierda más nacionalistas, o un bloque de derecha que incluya a Vox.

El asunto no debería ser demasiado alarmante dado que la política es el arte de la negociación y el acuerdo. Pero asusta. El problema está en el comportamiento en el Gobierno de los socios pequeños, de izquierda o de derecha, que generan problemas habitualmente, tensando coaliciones e imponiendo criterios más allá de la legitimidad que corresponde a su peso parlamentario. Ahí está el desempeño de Vox en Castilla y León a propósito de la norma sobre el aborto que se sacó de la manga el vicepresidente de la Junta, García-Gallardo; o el alboroto generado por la ministra de Igualdad Irene Montero – y su inefable secretaria de Estado, Ángela Rodriguez- negándose a rectificar una ley con goteras, la del «Solo sí es sí» que produce efectos contrarios a los pretendidos.

A Podemos se le suma ocasionalmente la minoría nacionalista que acorrala al Presidente del Gobierno exigiendo forzar leyes y acuerdos bajo amenaza de voladura. Inolvidable la cerrazón de Esquerra Republicana que, votando con Vox y el Partido Popular, intentó dinamitar la ansiada ley de la Reforma Laboral. Esquerra le debe un homenaje al diputado popular Alberto Casero que equivocó su voto digital permitiendo la aprobación de la ley; evitó a los nacionalistas un bochorno monumental.

Es lo que hay. El mundo está cada vez más polarizado y los partidos de centro susceptibles de aliarse a derecha o a izquierda, para evitar extremismos, son débiles o desaparecen; alguno, como Ciudadanos, fue dinamitado por dentro. Albert Rivera pasará a la historia política en el capítulo de líderes con decisiones incomprensibles junto con el británico David Cameron, que convocó el referéndum del Brexit ahora tan lamentado. Una lista de personajes estrambóticos en la que figura Boris Johnson, que quiere hacernos creer que asistía a «fiestas sorpresa» en su propio domicilio oficial durante el Covid; o su sustituta, la fugaz Lis Truss, que en solo 45 días de mandato, con sus planes de bajada drástica de impuestos y otras ocurrencias, hundió la Bolsa londinense y la cotización de la libra.

Y un secreto más que la señora acaso desvelará en sus memorias: qué le pudo decir a la anciana reina Isabel II para que falleciera solo horas después de concederle una audiencia. Las casualidades existen, claro. Pero si le contó a Su Majestad el programa petardista que se proponía perpetrar, no es descartable que la augusta dama prefiriera retirarse a tiempo antes de presenciar el fiasco.

Manuel Campo Vidal. Periodista