Sin tregua. Aún colea el virus del Covid 19 -y cuidado porque en su supuesta despedida se lleva gente por delante- cuando el virus de la inflación contagia la economía. En la Eurozona alcanza un estratosférico 10 por ciento y anuncia una época de intereses bancarios disparados. Ese nuevo virus temible lo alimenta la crisis energética que nace de la guerra de Ucrania que no cesa. Más bien se agrava: en los últimos días Rusia se ha anexionado, vía falsos referéndums, cuatro territorios ucranios, «para siempre», según Putin; como respuesta, el país invadido solicita ingreso urgente en la OTAN. Ucrania no se rendirá nunca y Rusia no saldrá de allí perdedora, aunque haya capitulado en la batalla diplomática, la del prestigio y la de la confianza de los rusos más formados, que sueñan con salir del país y esquivar la movilización.

Entretanto, en España se consolidan dos realidades paralelas: hay que rebuscar entre los titulares pequeños, e incluso investigar lo que no se publica, para encontrarse con un país que trabaja, resiste y ofrece signos de esperanza. Los grandes titulares se enquistan en el desencuentro eterno entre los dos grandes partidos sobre la renovación del Tribunal Constirucional; en la subasta de las rebajas de impuestos de todos los gobiernos autonómicos sin atender a que la reducción de ingresos se pagará con peores servicios; en las escaramuzas frecuentes de los socios del Ejecutivo que, como precisaba en el 25 aniversario de DIRCOM el exvicepresidente socialista Alfonso Guerra, «no es un gobierno de coalición sino de cuota, porque dimite el ministro de Universidades y lo nombra la Alcaldesa de Barcelona»; y en la aburrida telenovela de las discrepancias en el independentismo catalán. «España se entretiene con Tamara y Cataluña con el culebrón de JxCat», escribe Joaquin Luna.

Pero hay otro país apenas reflejado en los medios. En los últimos quince días hemos asistido a una reunión de los máximos dirigentes de CEPES, la economía social española, que siempre aguantó mejor las crisis, con un diez por ciento del Producto Interior Bruto y el doce por ciento de los empleados. Sin ruido, allí están desde las Cooperativas de Mondragón a la Once y el Grupo Ilunion; de las Cofradías de Pescadores a los tres mil supermercados de Coviran; y así hasta conformar una pujante realidad empresarial cooperativista que lidera Juan Antonio Pedreño, que también preside la economía social europea. Tampoco se sabe.

En Toledo la Fundación Eurocaja Rural ha consolidado «Empuéblate», un evento que mide la recuperación del mundo no urbano con un desfile de alcaldes con proyectos y de emprendedores jóvenes que dan noticia de que algo importante sucede. «Está cambiando el relato de la España despoblada», dijo en el clausura Frances Boya, secretario general de Reto Demografico. Así sea.

Y una semana después en Málaga, en el Smart Agrifood Summit, Luis Planas, ministro de Agricultura, certificaba que el sector ya exporta 64.400 millones de euros, más de lo que este país consume. «España es una potencia agroalimentaria mundial y va camino de ser una potencia exportando además de producto, tecnología para el sector». Estamos en una «segunda revolución verde» y tanteando la tercera. Sin negar los problemas de la pesca, los precios de producción y del agua menguante, que exige una «agricultura de precisión», hay ahí otra realidad muy interesante.

Por fortuna, existe una España laboriosa que capea el temporal y que la política y algunos grandes medios ignoran. Quizás por eso vamos aguantando los virus.

Manuel Campo Vidal. Periodista