Olvidémonos de todo lo que pensábamos hasta hace dos meses, olvidémonos de nuestras certezas diarias con las que nos movíamos libremente, olvidémonos de nuestras recetas mágicas para solucionar todos los problemas, olvidémonos de reprochar al contrario su falta de previsión, olvidémonos de creer que los que piensan como nosotros lo harían mejor en estas circunstancias. Olvidémonos en definitiva de todo aquello sobre lo que construimos nuestro día a día y que de alguna manera nos confortaba y daba cierta seguridad.

Reconozcamos que la crisis que estamos viviendo no la vimos venir, que ensimismados todos en la grandiosidad de la sociedad en la que creíamos vivir pensábamos que esta vez, como tantas otras veces, tampoco nos iba a pasar a nosotros lo que ocurría en lejanas tierras.

Se habla estos días de lo mucho que tenemos que «aprender» de esta crisis y sin embargo pienso que es lo contrario, lo que en realidad necesitamos es «desaprender». Desaprender todo lo que hasta ahora creíamos como verdad para aprender de nuevo y conseguir una sociedad mejor.

Han bastado unas semanas de confinamiento para que, de la manera más dura y amarga, veamos como todo aquello sobre lo que habíamos construido nuestra sociedad actual se ha derrumbado como un castillo de naipes. Que la opulencia, magnificencia, el éxito y la modernidad en la que pensábamos estar instaurados no era sino una, se ha demostrado muy tenue, cortina de humo que nos impedía ver la realidad que subyace en la sociedad.

Reconozcamos la debilidad de nuestra sociedad a la que el coronavirus ha desnudado sus vergüenzas. De repente, nos hemos dado cuenta de que en el anhelo por conseguir el éxito personal en esta sociedad, donde hasta ahora primaba lo individual sobre lo colectivo, hemos dejado de lado lo que nos significa como seres sociales, que no es otra cosa sino compartir entre todos las cargas y los problemas.

Quizá hemos olvidado que la socialización es el proceso a través del cual los seres humanos aprenden e interiorizan las normas y los valores de una determinada sociedad y la hemos reducido en el simple acto de compartir digitalmente mensajes y pantallas; herramientas de comunicación éstas que no pueden resumir la complejidad de una vida ,la nuestra, que a veces poco tienen que ver con la realidad y que se resumen en un gran acto de postureo.

Hemos constatado que un Estado sólo puede llamarse fuerte si así lo son las bases que lo sostienen sino, estamos ante uno de esos «ídolos con pies de barro» que, cegados por el vértigo de su aparente desarrollo, olvidan su función principal: proveer a sus ciudadanos de unos servicios que, aún llamados básicos, se muestran en este tipo de crisis esenciales y vitales.

La salud, la solidaridad y la felicidad por las pequeñas cosas, hasta ahora invisibles ante los medios, han recuperado sitio frente a la opulencia y el éxito personal. Todos hemos hecho un reordenamiento en la escala de nuestros valores, menos traumática de lo que cabría esperar. Las redes de solidaridad que se han generado durante estas semanas en nuestros pueblos y ciudades forman parte ya de ese orgullo de sentirse vecinos, partícipes de algo común, y será una de las enseñanzas que saquemos de esta experiencia.

La crisis pasará y será el momento de que la política, con mayúscula frente al arrebato partidista, tome la palabra. Se deberán adoptar las medidas para que ante una catástrofe como esta se minimicen sus efectos. No será el momento de las ideologías sino de buscar soluciones desde la transversalidad; la Agrupación de electores Teruel Existe llevamos desde el inicio demostrando que una actitud proactiva y colaborativa porque pensamos que es la mejor manera de enfrentarse a estos desafíos.

No es el momento de corto-placismos, es el momento de mirada larga y global. La pandemia es algo que afecta a prácticamente todo el planeta y las medidas que se adopten han de tener en cuenta esta coyuntura. Algunos tendrán que repensar sus planteamientos que tenían para los próximos meses y años. Otros, desde la posición en la que empezamos, no perderemos nuestros objetivos aunque sepamos que algunos deberán esperar, aunque sin consentir el olvido y dejadez de los pequeños frente a los grandes.

La reacción de los ciudadanos de nuestro país es una radiografía ilustrativa de nuestra sociedad, un espejo en el que mirarnos. Los mismos ciudadanos, que con los aplausos desde los balcones, sin importar la ideología del vecino, hemos estado día tras día insuflándonos ánimos y homenajeando a cuantas personas se han partido el brazo durante estos días para permitir que la sociedad no se derrumbara, no entenderíamos que nuestros representantes no se pusieran de acuerdo para conseguir subsanar todas las carencias que se han visto durante estos días. No entenderíamos que no fortalecieran las alertas y dispusieran las previsiones necesarias  ante un fenómeno que amenaza, en mayor o menor medida, con volver a visitarnos.

El desafío al que nos enfrentamos es de gran dificultad y nuestro éxito dependerá de que todos, cada uno individualmente, reconozcamos que tenemos que cambiar la forma con la que nos relacionamos con nuestro entorno.

Las redes sociales y las cadenas de favores que se han fraguado durante este confinamiento son el claro ejemplo de cómo ha de ser nuestra sociedad futura, una sociedad que empatice con los demás y que vea el éxito colectivo ante cualquier adversidad como el triunfo de lo común, la victoria de toda la sociedad.

Grande es la empresa a la que nos enfrentamos pero pasa inicialmente porque todos estemos decididos a «desaprender.»

Joaquín Egea Serrano

Joaquín Egea – Senador de Teruel Existe