Fase 0. La canción de Resistiré a todo volumen en la radio. La televisión apagada. La voz de unos abuelos hablando con sus nietos a través de una videollamada- qué cosa tan rara esto de estar tan cerca y a la vez tan lejos. El bullicio de las fiestas en los balcones. El silencio de las calles.

Tumbarte en el sofá sin tener que mirar el reloj. Tener todo el tiempo del mundo, y perderlo. Un aplauso a las ocho de la tarde.

Fase 1. Un paseo. Solo. Acompañado- pero no mucho. (Re)descubrir el monte cubierto con un inusual manto verde. La primera cerveza en la terraza del bar de siempre. Saludos tras las mascarillas. Choques de codo. El ansiado reencuentro con un huerto que espera ver crecer sus frutos. El primer abrazo de la heroína que se ha dejado la piel en el hospital. El despertar del impuesto letargo de cientos de libros que llenan las bibliotecas.

Fase 2. La primera escapada. (Re)valorar los paisajes de una provincia infravalorada. La primera barbacoa con amigos. Comenzar a perder el miedo. Un día sin víctimas. Levantar en el gimnasio ese peso que antes se llevaba sobre los hombros. Cines y teatros esperando a ver cómo se llenan sus butacas- pero no mucho. Jurarse amor eterno en tiempos de pandemia. Poder volver a rezar como- y donde- Dios manda. La playa.

Fase 3. Poder cruzar fronteras que nunca antes habías sentido como tal. Visitar a aquellos que más han sufrido. Reencontrarnos en la barra de aquel mismo bar. Los domingos de fútbol y transistor. Salir a bailar, sin poder bailar-el sueño de tantos. La rescaca. El calor. Volver a descubrir nuevos lugares.

Nueva normalidad. Una página en blanco por escribir. Recuperar el tiempo perdido. Cambiar. Decidir no hacerlo. Ser libre.

Pocas veces la vida se pone en pausa y nos da la oportunidad de poder hacer todo aquello para lo que nunca teníamos tiempo. Cosas tan simples como ordenar la casa, arreglar el jardín o desapolillar el chándal que habíamos abandonado en el fondo del armario; y otras tan complejas como convivir veinticuatro horas al día con tu pareja o tu familia o dedicarse tiempo a uno mismo.

Pocas veces la vida se pone en pausa y nos da la oportunidad de darnos cuenta de qué es lo que de verdad importa, de quién es el que de verdad importa. De darnos cuenta de que, al final, la felicidad se encuentra en los pequeños detalles como un beso o una caricia.

Si encienden la televisión descubrirán que hay cientos de motivos por los que no sonreír. Este humilde escrito, les he dado cuarenta y un motivos para hacerlo. Ahora les toca a ustedes elegir.

Y perdonen el atrevimiento, hoy mi cuerpo me impedía hablar de política.

Silvia Casas – Analista política y concejal de Alcorisa PP