Era una bolita de pelo, canela y blanca, y llena de amor. Todavía tomaba el biberón cuando vino a casa un lejano 23 de enero de 2006. Aún no tenía ni siquiera dos meses y cuando quería correr tocaba con su tripa en el suelo, pero era tierno, y movía la colita y nos llenaba de lametones. Todavía recuerdo cómo agarraba su manta, y cuando caía sobre él y él caminaba parecía un fantasma diminuto e hilarante. Qué listo era ya por entonces. Lo llamamos Dalí por uno de mis pintores favoritos. Y él asumió pronto ese nombre como algo propio, igual que nos asumió a los de casa como su familia.

Fue el primero de nuestros cuatro perricos en llegar al hogar, y aunque todos han sido muy buenos y a todos los hemos querido mucho la sintonía con el pequeño Dalí siempre fue única. Era tan desvalido que sólo daban ganas de protegerlo y eso inspiraba también mucha responsabilidad.

Casi quince años después se fue la semana pasada, hace pocos días. Hasta hace unos dos meses había estado fuerte y vital, pero el tiempo nos erosiona a todos sin compasión y a los perros quizá más. Es injusto. Muy injusto. Hasta su compañera Abril estaba triste, como si no fuera ella, quieta como una estatua.

Sólo quienes hemos tenido la suerte de tener un amigo tan excepcional como Dalí, o como Jara, o Koldo, que se nos fueron antes, o como Abril, que aún vive, lo entendemos. Ni un reproche. Ni una condición para querernos. Nunca miró si trabajaba o no ni los ahorros que pudiera tener. Nunca pidió nada. Sólo dio y lo que dio fue amor. Del bueno. Del de verdad, no del de postureo y redes sociales.

Nos queda la paz que da haberlo cuidado lo mejor que hemos sabido, haberle dado lo que estaba en nuestra mano y haberlo querido. Ha tenido una buena vida. Ha fallecido por causas naturales, ya anciano aunque siempre fuera mi cachorro pequeño, «mi pequeño del alma con su piel de canela», como cantaba la Pantoja.

Pudimos despedirnos. Creo que él sabía que se iba y también se despidió. Créanme que los perros lo intuyen todo y son más inteligentes de lo que pensamos, también en lo que se refiere a la inteligencia emocional. Yo estoy convencido de que tienen alma como nosotros.

Al final casi no podía moverse, pero aún así movía la cola y nos lamía. Se alegraba de vernos. Nosotros lo acariciábamos y sus ojos, ya vidriosos, ¡¡¡ay, esos ojos!!!, transmitían mucho más que mucha gente que suponía cercana. Pocas veces he sentido esa comunión con nadie como cuando nos mirábamos directamente. Como cuando ponía su cabeza sobre nuestros hombros.

Estamos tristes toda la familia próxima, pero a la vez contentos. Nuestra mentalidad occidental, tras siglos de sernos inculcada una visión angustiosa de la muerte ve ese tránsito como algo que no hay que mirar a la cara ni aceptar. Tal vez las filosofías y religiones orientales tengan más razón que nosotros y la muerte sea, como quizá ha sido siempre, una parte de la vida. Y hay que verla no como algo malo y que nos dé miedo, sino como algo que en cierto modo nos sirve para ser mejores. Para aprovechar los momentos que vivimos. Para valorarlos precisamente porque son efímeros y acaban. Quizá la muerte sea un paso hacia otra vida.

Yo doy gracias por haber conocido al señor Dalí, a mi Mocosito Fulero, al Ladrón de Bicicletas, que le solíamos decir cariñosamente. Sé que esto seguramente a la gente no le importa, puesto que es algo privado. Pero a mí me llena. Y escribirlo es un pequeño bálsamo para encontrarle un poco de sentido a todo esto. Mi pequeño homenaje a un amigo de verdad.

Porque estamos aquí para aprender y todos los seres que cruzan por nuestro camino lo hacen para enseñarnos algo. Aunque eso no nos guste y nos pueda doler. Aunque con el tiempo nos distanciemos o nos perdamos.

Sí, era un perro. Pero también un ser muchísimo más noble que otra gente que tuve cerca y demostró ser mucho peor que el pequeño Dalí. Como he dicho sólo supo darnos amor a todos los miembros de casa. Amor puro y desinteresado. Amor. Porque si no es desinteresado no se puede decir que sea amor. Por eso hemos sentido tanto su pérdida. Pero también estoy feliz, porque ese amor, ese cariño sin condiciones nunca se puede perder y es como la energía, que ni se crea ni se destruye.

Con ese pensamiento me quedo. Buen viaje, amigo. Ya eres libre y estás por encima de la enfermedad y la vejez. Gracias por tanto.Volveremos a vernos.

Álvaro Clavero