El jueves dejó de salir humo por la chimenea de la Central Térmica de Andorra, y aunque sabíamos que iba a pasar, no deja de ser la señal de un tiempo que acaba, de una época que ya no volverá; sin carbón, sin la térmica, el modelo que sostuvo durante años la economía de la zona, va camino de ser un recuerdo. Las centrales de Aliaga, Escucha, Escatron y Andorra son el retrato de un pasado próspero que ya no tiene visos de repetirse. El cierre de la Central tiene otro daño colateral; la aportación de Endesa al Ayuntamiento de Andorra en forma de impuestos cesará también ¿De qué servicios habrán de prescindir los andorranos? De nuevo en cuestión la calidad de vida en los pueblos.

Impusieron un cierre, impusieron el fin del carbón, y ahora, sin dar margen al territorio, quieren imponer algo que genera mucha contestación social. No vamos a poder disfrutar de esa transición justa y ordenada, porque vivimos un cierre abrupto; y de nuevo nos imponen un modelo colonial, en el que sustituimos la energía térmica por la eólica para seguir abasteciendo al desarrollo de los grandes núcleos urbanos. En esta ocasión nos dejan otra contaminación, paisajística y acústica, precisamente cuando en muchos lugares habían encontrado en el paisaje, un horizonte de futuro y una esperanza. Hablan de grandes inversiones, que como siempre enriquecerán a otros, de muchos empleos que sólo existirán en la fase de montaje. Se echa en falta un plan ordenado y ajustado a nuestra realidad y ese es el sino de la España Vacía. Y hete aquí los dos grandes problemas, financiación pública que garantice servicios de calidad y un verdadero plan de desarrollo que genere empleo estable y cualificado.

Nos amenazaron con el fracking, con el sumidero de CO2, ahora con colonizar todos nuestros montes con mastodontes eólicos; nada dijeron nunca de instalar aquí esas empresas que fabrican placas, aerogeneradores y que precisan de mano de obra cualificada, y pagan IAE.

Hablan de la despoblación, de la necesidad de hacer políticas, pero perdemos lo mejor y fuerzan a nuestros jóvenes a que se marchen, y así nos descapitalizamos de nuestro mayor valor, el talento. De ahí que debamos reclamar una apuesta decidida por el I+D+I.

Además necesitamos un modelo eficiente y real de financiación municipal por parte del Estado, que compense a los pequeños municipios, porque sostienen territorio y población. La financiación a los pueblos es una afrenta, y la estabilidad presupuestaria que impide gastar el remanente una burla. Hace falta una ordenación real del territorio, consensuada y justa.

Porque de fondo ponen a los ayuntamientos en la tesitura de buscar fondos para prestar servicios en el medio rural o no darlos. ¿Qué alcalde dice no a recibir más ingresos? Nadie pone en cuestión las renovables, pero se hace necesario una plan de desarrollo que defina cuáles son las zonas más aptas para la instalación, la evacuación, las compensaciones energéticas al territorio y el respeto a los paisajes, muy especialmente en nuestras montañas turolenses. No podemos enfrentar a un territorio necesitado y bello con la especulación más atroz, para ver quién acoge más centrales y dispone de más fondos. Es fundamental pensar en nuestra tierra como un todo, valorando los beneficios directos e indirectos para el conjunto, no sólo para los lugares afectados. Y hay que aprender de los errores, ahora que estamos a tiempo. Si el futuro de ciertos servicios a la población, depende de que nos instalen un parque eólico en la puerta de casa para dar luz en Madrid, alguien lo ha hecho realmente muy mal, y es normal que nos cabreemos.

Ángel Hernández