Los seguros calores de agosto en la península Ibérica han dado al idioma castellano la palabra «agostar» y «agostado». No ha derivado igual Julio, con «ajuliar» o «ajuliado», pese a que en éste mes que estamos el calor «tampoco es manco». Los mecanismos del lenguaje son inescrutables, y siempre dependen de los hablantes, es decir, que los que usan el idioma. De lo que sí lleva fama julio es de ser fiestero; sobre todo para mi, que celebro onomástica hoy, día 17, y he tenido al menos cuatro tías llamadas Carmen a las que tuve que felicitar de niño, justo el día antes de San Alejo y seis después de San Cristobal, la fiesta de los Chóferes. Podríamos recordar -ya que hablamos de fiestas y aunque ahora sea políticamente incorrecto- que durante casi 40 años el 18 de Julio fue Fiesta Nacional. Conmemoraba un hecho terrible: el comienzo de un levantamiento militar que derivó en cruenta Guerra Civil. El régimen impuesto por los vencedores quiso blanquear aquella fecha asociándola a la golosina de una paga extraordinaria.

Éste año -atípico en el mundo- todo se ha trastocado, pues las fiestas y los festejos han tenido que ser suspendidos, y sólo se han podido celebrar -digamos- «desde y con el corazón», pero no con lo que es esencial de una fiesta: la participación de la gente.

Ahora la mascarilla nos hace parecer a todos «cacos», cuando más bien es la Covid 19 la que nos ha robado, al menos, parte de nuestra vida, y si la llevamos -y bien que llevo mascarilla-es para proteger la mía y la de los demás: esa vida que hemos visto perder a muchos. Son las paradojas de la sociedad surgida tras una pandemia que aún no tiene visos de desaparecer.

Estamos todos jugando involuntariamente un juego diabólico: alguien al azar se infecta, y, como se desconoce ese hecho, sigue relacionándose con familiares, amigos o simples coincidentes; y así es cómo se sigue transmitiendo una enfermedad, que, lejos de ir a menos, siempre tiene tendencia logarítmica, es decir, ir a más. Sólo el aislamiento social frena la transmisión.

Entré en una librería madrileña llamada ‘La Buena Vida’ (está claro que cuando la bautizaron no estaban pensando en estos días) y comprobé que tanto autores como editores no han perdido el tiempo en los últimos cuatro meses. Entre las novedades libros sobre la pandemia y sus implicaciones: ‘Contagio’ la evolución de las pandemias, de David Quammen; ‘Pandemia’ mapa del contagio de las enfermedades más letales del planeta, de Sonia Shah; ‘Pandemia’ la Covid 19 estremece al mundo, de Slavoj Zizek. Al lado de ellas, ‘Desde el Infierno’, de German Huici. Libros éstos que son estudios o reflexiones filosóficas sobre lo que nos acontece.

Julio y agosto podemos pasarlos con calor, mascarilla, geles y distancia social, pero leyendo sobre éstos asuntos, lo que nos hará ver que no hay más remedio que vivir resignadamente lo que está ocurriendo, y constatar que todo el mundo está reflexionando sobre lo que nos pasa. Según algunos «post apocalípticos»: «Tal vez el mundo se acabó y lo que estamos viviendo sea lo que viene después». Un poco de humor transcendente igual nos hace bien, aunque pueda, también, embolicar más las cosas.

Alejo Lorén