Imposible no escribir hoy de lo ocurrido el domingo en Madrid, después de volver de la revuelta de la España Vaciada empapada de emociones positivas, energía y con la sensación de que esta vez sí se puede. Porque no me cabe ninguna duda de que nos han oído, y tengo la impresión de que quienes en estos momentos están preparando sus programas electorales deberán utilizar más de un folio para plasmar sus propuestas para toda la población que nos manifestamos en Madrid, y todas aquellas personas que no pudieron acudir pero sus corazones estaban con nosotras en esas calles. Probablemente su avanzada edad, sus malas comunicaciones, su falta de transporte público o su falta de recursos económicos les impidió dar la cara por sus pueblos como a ellas les hubiese gustado, pero no importa, hicimos mucho ruido y nos oyeron, y lo más importante, allí había un solo corazón latiendo junto.

Un latido que resonó por cada rincón de cada pueblo que está pidiendo, que está exigiendo, poder elegir donde vivir, pero vivir dignamente.

Durante años, durante décadas, nuestros pueblos ha sido la «despensa» que ha abastecido a ese modelo de sociedad moderno que otros imaginaron y crearon sin contar con nosotras.

El cambio de modelo económico e industrial en nuestro país se olvidó de la relevancia social de la producción ganadera y agrícola, a cambio de otro modelo industrializado, e hizo que las ciudades demandaran gran cantidad de mano de obra y gran cantidad de recursos para abastecer las grandes urbes. Y quienes antes producían en sus pueblos pasaron de ser productores a consumidores.

Esta transición, tampoco fue justa. Producimos materia prima, energía, recursos naturales, mano de obra, incluso somos su pulmón y su terapeuta cuando vuelven a nuestros pueblos para desconectar. Es decir, nos necesitan, somos fundamentales para su supervivencia.

El cambio de modelo energético que afecta directamente a nuestras comarcas es también un cambio de modelo social, más ecológico y sostenible y para ello es imprescindible poner en valor estos recursos sin los que la vida sería imposible.

Afortunadamente hay ya mucha gente en nuestros pueblos que apuesta por ello, me satisface enormemente ver a jóvenes que han decidido ser agricultoras y ganaderas que están sobradamente preparadas, que se enfrentan en mesas de negociación frente a los grandes, viejos y rancios lobbies, con la seguridad de que lo que están haciendo es lo correcto. Que pelean por una PAC más justa que ponga fin a los derechos históricos que les impiden acceder a ayudas y sacar adelante sus proyectos agrícolas o ganaderos. Que conocen el valor y la importancia de su trabajo, y lo hacen valer.

Hemos oído muchas veces que la despoblación es un síntoma, pero no es la enfermedad a tratar, es la desigualdad la enfermedad grave la que nos ha llevado a esta situación crítica en muchos pueblos. La desigualdad frente a otros territorios en los que veíamos cómo se invertía en carreteras, públicas y privadas, que luego rescataban con nuestro dinero; en educación, pública y privada, subvencionada con dinero público mientras aquí cerraban escuelas; sanidad, pública y concertada, que engordaba sus cuentas con los recortes en los servicios que sufrimos los habitantes de nuestros pueblos, con una banda ancha instalada bajo criterios económicos y clientelares por las grandes empresas de telecomunicaciones con subvenciones recibidas de nuestras Comarcas o Diputación; y así tantas cosas…

Y mientras esto pasaba, la medicina la tenían guardada en un cajón. La Ley 45/2007 para el desarrollo sostenible del mundo rural es una buena ley que recoge todas estas necesidades y propone medidas para corregir estas desigualdades, pero que doce años más tarde de su aprobación ninguno de los gobiernos habidos hasta ahora se ha encargado de desarrollarla, financiarla y aplicarla, ni siquiera el partido socialista, que fue quien la elaboró, cuando ha gobernado en nuestro país. Quizás había cosas más importantes que hacer, o grupos que presionaban más que los cuatro gatos que apenas hacíamos ruido en los pueblos.

La rueda ya está inventada, nos presentarán pactos, estrategias, directrices y cosas varias cuando tenemos la mejor herramienta, una Ley, que lo único que necesita es que se financie y que se ponga en marcha.

Hemos tardado veinticinco años en inaugurar 14 km de carretera, hemos visto pasar cinco Planes MINER y muchos millones y ahora nos tenemos que enfrentar urgentemente a las consecuencias del cierre de la central térmica de Andorra, hemos tardado tres legislaturas en ver el comienzo de las obras del nuevo hospital de Alcañiz. Nos hemos revuelto y con razón, la revuelta de los hasta ahora invisibles no ha hecho sino comenzar.

*Diputada de Podemos en las Cortes