Se usa la expresión del título cuando alguien te dice como novedad algo que ya existe o se conoce desde hace tiempo, a veces mucho.

Me di cuenta de que algo de eso está ocurriendo en España: vi que lo que ahora son novedades de una izquierda ‘adanista’ son cosas que llevan ideadas y en desarrollo desde hace mucho tiempo.
Cada generación ha de vivir, por un lado, su parte original y por otro reconocer lo que la Historia le aporta. Y hay personajes históricos que han aportado al momento presente cosas e ideas que siguen siendo aspiraciones actuales por no haberse conseguido todavía pese a que fueron demandadas o concebidas hace incluso siglos.

En concreto: leyendo a Emilia Pardo Bazán (cuyo centenario de su muerte se celebra éste año) y a Lucas Mallada (el regeneracionista aragonés) se da uno cuenta de que las aspiraciones del feminismo y el plantear cambios políticos fundamentales (revolucionarios) en España no es cosa del movimiento 15 M, sino que éste continúa una senda que viene de lejos. Claro que ahora lo salpimientan con aderezos y especias muy particulares, como es la ininteligible e inaceptable (para mi) ‘doctrina de género’. O poner en la picota a la monarquía como origen de todos los males, como si no hubiera repúblicas nefastas, injustas y dictatoriales. Mallada tiene escritas hacia 1908 unas «Cartas aragonesas» dirigidas al joven rey Alfonso XIII, en las que le plantea «la revolución que debe hacerse en España» dados los males que -sin lugar a dudas- le acechaban en aquel momento. Y me atrevo a pensar que de haberle hecho caso, y solucionado todo aquello de que escribía, muchas terribles desgracias que vinieron después podrían haberse evitado. Mallada hablaba en 1905 de «la falta de grandes y acertados gobernantes».

¡Qué no decir de haber logrado lo que proponía Joaquín Costa, el adalid del regeneracionismo, cuya «escuela y despensa» (habría que añadirle ahora ‘hospital’) siguen en plena vigencia si queremos una sociedad en estado de bienestar!.

Esto nos hace ver que necesitamos un regeneracionismo del siglo XXI, y dudo que éste se pueda lograr atendiendo sólo a la tecnología, sin apelar a lo que desde el Renacimiento se han llamado «humanidades». Sin darle importancia al lenguaje (no destruyéndole); a la Historia (no manipulándole); a la Filosofía (no creando catecismos doctrinales) creo que a la criatura contemporánea a la que arropamos con placas solares, molinillos y computadoras, le faltará el espíritu, lo que antes llamábamos ‘alma’: lo intangible pero necesario, sin embargo, para mantener la evolución de la especie hacia categorías superiores y poder aplicar conceptos que dimanan de ello, como la justicia, la libertad, la igualdad o la equidad.

No vendría mal fijarnos en nuestra propia cultura; en lo que escribieron, sobre lo que reflexionaron y denunciaron -de una España que no les gustaba- gente como el gallego Padre Feijjoo o el asturiano Jovellanos; y más tarde Ortega y Gasset, Marañón o Concepción Arenal, Clara Campoamor y la citada Condesa de Pardo Bazán.

Estoy bastante desesperanzado al respecto, pues ahora los jóvenes a quien les gusta escuchar y tomar como ejemplo son a los «influencer»; y a la hora de leer, hacerlo en «tuiter»; y ya hay generaciones en activo (políticos, profesores y periodistas. que son quienes crean opinión) que hacen lo mismo. Hoy la originalidad, la imaginación y los matices importan poco y no se buscan; hoy se abusa del uso de palabras como «guai», «genial», «implementar» o «empoderar» para expresar lo que se puede decir de muchas maneras, matizando y de forma más precisa, eufónica y bella.

Nos ha tocado un tiempo muy romo; eso si, muy tecnológico. Líquido, dicen, y bastante estúpido.

Alejo Lorén. De cal y arena