Suele atribuirse a Einstein la indicación de que «es estúpido seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes». Sea cierto o no que el afamado científico pronunciara estas palabras, lo que sí es evidente es que vivimos en un mundo causal en el que a mismas causas siempre les siguen las mismas consecuencias.

Parte del avance madurativo, tanto de la sociedad occidental en general como de cada uno de nosotros como individuos particulares, se produce conforme vamos asimilando esta verdad: si siempre tras A ha sucedido B, entonces cuando de nuevo tenemos A debemos prepararnos para B. A pesar de ello parece que en Aragón estamos empeñados en cerrar los ojos ante una relación causal que se ha ido evidenciando en nuestro entorno durante las últimas décadas. En comunidades autónomas muy cercanas a la nuestra ha quedado demostrado que cuando el nacionalismo se hace con el uso político de la lengua (causa A) siempre se termina con recortes en las libertades individuales (consecuencia B).

Los aragoneses tenemos además la suerte de poder realizar un viaje en el tiempo, puesto que podemos ver en nuestro entorno distintos estadios de desarrollo del uso político de las lenguas por parte del nacionalismo, y por lo tanto del recorte de libertades. Lo que está sucediendo ahora mismo en Valencia es lo que sucedía en Baleares hace unos años, y lo que está sucediendo en Baleares ahora es lo que sucedía en Cataluña hace una década.

Así pues, si abriésemos los ojos, veríamos en Valencia nuestro futuro a corto plazo, en Baleares a medio; y en Cataluña, a largo plazo (nunca lo suficientemente largo). Sin embargo, estamos empeñados en seguir construyendo A. Los nacionalistas aragonesistas siguen controlando la política lingüística, homogeneizando nuestras lenguas, agrandando la estructura institucional en torno a la lengua (con la creación de la Academia Aragonesa de la Lengua y los Institutos del Aragonés y el Catalán) y preparando ya también la imposición del aragonés y el catalán en la Administración pública.

¿Despertaremos a tiempo?

Carlos Trullén. CIUDADANOS