Desde mi mesa de trabajo, habilitada temporalmente en el salón de casa, junto al ventanal que da a los campos de las afueras del pueblo, solía ver a los vecinos conducir sus ruidosos tractores a sus tierras, a algunas personas que pasean y quizá a unos forasteros con bastón y mochila que inician allí mismo el PR que une el pueblo con otro situado a tres horas de caminata por senderos muy hermosos. Ahora nadie camina bajo mi ventana, sólo los sempiternos gatos (la población gatuna se ha apoderado de las calles del pueblo) y alguna vecina presurosa que regresa de hacer la compra en la única tienda de la pequeña localidad turolense. Hay un silencio y una paz somnolienta que favorece la reflexión y la lectura, a pesar de la amenaza potencial del virus coronado que flota por todas partes como una inquietud ominosa y casi imperceptible.

Hoy he decidido silenciar el móvil, excepto las urgencias que puedan requerir mi ayuda o consejo, reducir mis accesos por radio o Internet a las noticias, apartar los gráficos y apuntes sobre el progreso de la enfermedad y meditar en lo que ocurre desde un punto de percepción libre de miedos y juicios de valor, un pensamiento más creativo que crítico, aunque realista en lo posible.

La pandemia está apuntando de forma lógica hacia un cambio de perspectiva de la compleja actividad humana en todos sus niveles: abandonar los enclaustramientos de familia, tribu, raza, riqueza o nación y aplicar soluciones y estrategias basadas en la solidaridad y la cooperación. Exactamente relacionado con el modelo de la naturaleza y expansión del Covid. El virus no entiende de ricos o pobres, españoles, ingleses o rusos, con fronteras sólidas o sin ellas, inteligentes o tontos, poderosos o esclavos, terratenientes o viajeros de pateras, musulmanes o cristianos, abuelos, padres o hijos…destroza la solidaridad o la pone a prueba y despierta la intolerancia de muchos, el egoísmo, la codicia, la histeria y el pánico.

Bertrand Russell acaba su libro «¿Tiene el hombre futuro?» con esta larga frase: «Con los ojos del alma veo un mundo de gloria y regocijo, un mundo de mentes en expansión, de esperanza inextinguible, donde las nobles ideas y actitudes ya no sean condenadas como traiciones a cualquier causa mezquina. Todo esto puede suceder sólo con que permitamos que suceda».

Alberto Díaz Rueda