Hoy es domingo. Hay que darle una valoración precisa a ese detalle significativo, no sólo desde el punto de vista religioso, cada vez lo es menos y creo que nos perdemos algo importante con eso, sino desde el más profundo de la necesidad del ámbito de lo sagrado en la vida. A través de los siglos hemos sustituido lo sagrado por lo religioso y éste por la banalidad del ocio y la exigencia permanente de diversión, de entretenimiento, de deporte compulsivo, de relaciones superficiales y neuróticas y del histerismo feroz de los medios digitales, que es la última vuelta de tuerca de la deshumanización. La pandemia ha detenido el viejo mundo. Nos vemos encerrados con nosotros mismos. Y en vez de reflexionar, de analizar, de aquilatar y de buscar lo más profundo (eso sería en realidad una manera de volver al misterio de lo sagrado) la mayoría opta por el envilecido pero neuroticamente necesario esclavismo de la pantalla luminosa. Aún así, hoy es domingo. Dejamos en paz el baile de la muerte de los datos ominosos o la fugaz esperanza de la remisión de la «curva» de contagios y respetamos el tradicional mandamiento del descanso (que nuestros hermanos judíos trasladan al sabath y los hermanos musulmanes al viernes).

Así que hoy les voy a regalar dos cuentos breves. El primero transcurre en un pueblo perdido del África más desasistida, un recinto de chozas de adobe y cañas, susurrante de insectos bajo el manto aplastante del sol. Una joven antropóloga norteamericana quiere celebrar su último día de convivencia con los niños de la tribu. Ha terminado su trabajo de campo y convoca una fiesta infantil (en la que se va a llevar una sorpresa decisiva para sus hipótesis). Los niños la rodean pues les va a plantear un juego con premio incluido. Les muestra una cestita llena de relucientes chocolatinas americanas, con sus lujosos envoltorios de chillones colorines. Los pondrá a todos de cara a un gran árbol cercano, tras una línea en el suelo y les dirá que esperen su señal. Ella irá hasta la sombra del árbol y allí depositará la cestita. «Esta cesta y su contenido de chocolatinas será para el primero que logre llegar hasta ella. A la de tres, corred hacia ella y que gane el más rápido». Uno, dos y…los niños se miran entre sí y alguno susurra algo…y ¡tres! Entonces, asombrada, ve como todos los niños se dan la mano y corren juntos de manera que llegan todos al mismo tiempo bajo el árbol del premio, riendo como locos.

El segundo cuento nos habla de un profesor ingenioso en una clase asturiana de niños de 3 a 5 años. Un día lleva a clase globos de fiesta de diversos colores. Hace que los niños los hinchen, uno cada niño, y que pongan su nombre en él. Cuando los tiene todos, pide a los niños se pongan en un extremo de la clase y él en el opuesto. «Atended niños, ahora voy a soltar los globos hacia vosotros y cada uno tiene que encontrar su globo, el que tiene su nombre.

Cuando estéis todos con él, habré medido el tiempo que tardáis en hacer este ejercicio tan fácil y divertido». Efectivamente, lanza los globos y los niños, gritando y riendo, se precipitan a buscar el suyo. Todo es una enorme y divertida confusión. Pasan los minutos y son muy pocos los que ha conseguido apoderarse de su globo. Cuando, sudorosos y satisfechos se presentan ante el profesor, ven algo confusos que éste les habla con cierta seriedad. «¿Queréis que os cuente un truco que hará que todo este tiempo y trabajo que habéis derrochado en el ejercicio sea muchísimo más tranquilo, descansado y rápido? Todos dicen que sí, todavía con la respiración agitada por el esfuerzo y el correteo de un lado para otro. «Pues bien, dice el profesor, ahora lo vais a hacer de otra manera. Cuando yo lance los globos, cada uno cogerá el primero que le llegue a las manos. Después mirará el nombre que hay escrito en él. Puede ocurrir que sea el suyo, pero es bastante improbable. Será de otro compañero. Pues bien, en lugar de desecharlo, lo llevará al compañero cuyo nombre tiene el globo. En un minuto, los niños, silenciosos y admirados, comprobaron que todos tenían su globo y nadie se había cansado en buscar el propio, otro compañero se lo había dado.»
La moraleja de estos dos cuentos tiene que ver con ciertas actitudes fundamentales que toman algunas, no todas, las personas que vivimos este drama, a menudo tragedia, del Covid 19. Piensen en ello.

Alberto Díaz Rueda