No puedo ver. La culpa es mía que, ¡oh, ilusa!, confié en que el parabrisas sería suficiente para protegernos. Pero resultó no ser parapeto suficiente frente a las puntas de cristal que nos traen las primeras noches gélidas de este 2023. Como espadas, se clavan, como lapas, se extienden cristalizando y formando una fina capa de hielo que nos deja ciegos, atrapados en nuestros vehículos a la espera de poder avanzar.  Es traicionero el fluir del agua, de la vida, que puede detenerse de la noche a la mañana, en los ríos, en las fuentes, las escorrentías y hasta los parabrisas, convertidos en resbaladizos y peligrosos espacios. Nada se mueve y siento como si se acercase ese momento misterioso de silencio y gestos lentos que suele preceder a los grandes acontecimientos. 

Veo a alguien. Hay vida. ¡Uf! Un vecino rasca que te rasca la luna. Su causa está perdida. A mi lado, el más previsor ha colocado unos cartones sobre el coche. Es un histórico, identidad del barrio. La del número 36 sube a casa a por una botella de agua caliente para terminar con el problema. Radical. En frente, alguien arranca a ciegas. Liberal. Cerca, la del adosado espera a que el climatizador surta efecto. Conservadora. A toda prisa, el del Bajo pilla la bici y sale pitando. Progresista. Saco la libreta y empiezo a escribir. Periodista. Recibo un mensaje: «Los críticos del PAR dejan el partido y prevén crear un nuevo espacio ideológico» Soplo para ayudar al ventilador del coche con mi propio aliento.  Hay que salir de aquí ya. Otro mensaje: «Cs Caspe dirá el lunes el nombre de su nuevo partido» Le doy a la palanca del limpiaparabrisas. Venga, venga… Otro whatsapp más: «Teruel Existe ya tiene candidato en Alcorisa».

Comienza a abrirse un espacio, redondo y diminuto, que me permitiría iniciar el viaje. Soy tremendamente impaciente, pero aún falta. «Las prisas no son buenas consejeras», me digo. En las ventanillas se combinan como en un juego las formas hexagonales de algunas partículas congeladas, cuyas aristas son tan cortantes como recién nacidas. Las moléculas del agua que van cayendo extienden sus seis brazos, formando estrellas y simetrías. En teoría son los enlaces de hidrógeno que mágicamente construyen nuevas formas a través de los cristales de agua.  Un rayo de sol asoma y se clava contra el capó. Los cristales se derriten en gotas, se funden y se unen de nuevo escurriendo juntos. Recogen las afiladas esquinas que les separaban y se pierden en un todo en el que sólo un trabajo microscópico permitiría diferenciar a unas partículas de otras. Miro hacia atrás. 
-Mamá, ¿qué son los cristales de hielo?
-Son una palabra: Dorondón. Pero, en verdad, lo que sabemos es una gota de agua, y lo que ignoramos es el océano, como tú, Mar. Esto no lo podía explicar ni el propio Newton.