He explicado en alguna ocasión mis primeros pasos ecologistas. Mi interés se despertó con la creación en 1970 de AEORMA, la Asociación Española de Ordenación del Medio Ambiente. Pronto se organizó en Zaragoza AEORMA ARAGON bajo la dirección de los abogados Florencio Repollés y Carlos Camo, a la que yo me sumé como socio. Como joven ingeniero, me preocupaba todo lo relacionado con la conservación de la tierra, el aire y el agua. En una de nuestras reuniones en casa de Carlos Camo, éste me aclaró que la más importante contaminación contra la que había que luchar era la de las mentes y el contaminante a eliminar era el franquismo. Me sentí manipulado y decidí que no compartíamos el mismo ecologismo.

El ecologismo político se desarrolló con el objetivo de situar el medio ambiente como problema público, y dio origen a los «verdes». Tras más de cinco décadas su triunfo me resulta más aparente que real. El ecologismo ha otorgado estatuto político a la Naturaleza y ha establecido el objetivo de la sostenibilidad y de la protección de lo natural desde una perspectiva radical. Pero nuestra sociedad ha cambiado más profundamente que el ecologismo original, y el ecologismo actual ha tenido que aceptar que la sostenibilidad se tiene que dar en el seno de la democracia liberal en la que los derechos humanos tienen una interpretación política. En los regímenes que funcionan con otros tipos de «democracia» y pienso por ejemplo en China, los derechos humanos priorizan la mejora económica de los ciudadanos y su bienestar. Y es en esta diferente interpretación donde el ecologismo diverge y donde el ecologismo actual encuentra nuevas dificultades y necesita de nuevos enfoques.

Para algunos, entre los que me cuento, el objeto del ecologismo debería ser la superación del conflicto entre las diferentes concepciones humanas del bien y de la sociedad verde, y no la tarea tradicional de adaptar la sociedad humana a las demandas radicales. Creo que no padecemos una crisis de civilización ni estamos provocando un apocalipsis ecológico. Los problemas siempre se han solucionado con el progreso del conocimiento científico y tecnológico. Y es en este camino donde hemos de progresar.
En el método científico es básico establecer los objetivos de forma que sean medibles y cuantificables. Y actuar para que los indicadores nos guíen en el camino de la mejora y su evolución positiva nos confirme si vamos por el buen camino. Y parece necesario hacer una consideración previa a la magnitud de la tarea. Existe un acuerdo generalizado de que nuestro planeta se está calentando y se acepta como causa, entre otras, el consumo exagerado de los recursos disponibles. En mi casa, no tenemos el mismo confort si estamos solos o si nos visitan hijos y nietos. Cuando estamos muchos en vez de dos, la temperatura de la casa aumenta. Nuestra madre Tierra, nuestra casa común, se está calentando porque sus hijos somos cada día más. En 1970 habitábamos la tierra 3.700 millones de personas, en 2020 ya éramos 7.800 millones. Los que pontifican sobre la reducción del consumo creen que la solución de nuestros problemas consiste en que 8.000 millones de personas vivan con menos recursos y en muchos casos que renuncien a ellos o que vivan peor.

Los Indicadores ambientales son parámetros empleados para la evaluación del estado de un sistema ambiental complejo como el clima. Los indicadores ambientales ayudan a seguir los avances en el logro de objetivos ambientales. Su uso facilita la vigilancia y la toma de decisiones. En el momento actual es especialmente importante el indicador de intensidad energética con el que se busca medir y ponderar la relación entre el consumo energético total y su resultante rendimiento económico en términos del Producto Interno Bruto (PIB). La evaluación de estas variables permite tener una idea general de cuan eficiente o productiva es una sociedad, en términos del consumo energético, y cuanto depende dicha sociedad del consumo energético para sostener sus actividades productivas y desarrollo socioeconómico. En otras palabras, es una medida de la eficiencia energética de la economía de una nación. Considerando que en muchos países está en curso un cambio importante en la Matriz energética, puede considerarse separadamente el indicador de Intensidad energética de fuentes renovables y de fuentes no renovables. En líneas generales, la reducción de la intensidad energética en España no ha sido satisfactoria en los últimos 10 años, y dudo que produzca alguna mejora el encarecimiento de la energía o su racionamiento.
Son también importantes los llamados bioindicadores: calidad del aire, calidad del agua, etc. Un indicador clave es el ser humano que permite medir características como: fertilidad, esperanza de vida, producción de espermatozoides y de óvulos, etc. En definitiva, la relación entre salud y medio ambiente. Sobre bienestar es clave la evolución del IDH o Índice de Desarrollo Humano. El índice de desarrollo humano (IDH) es un indicador nacido de la mano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que mide el nivel de desarrollo de cada país atendiendo a variables como la sanidad, la educación o el ingreso per cápita. Respecto a este índice, conviene mencionar que nos da datos sobre la evolución de los países, pero no sobre los diferentes grupos de cada país. Por otro lado, hay que tener en cuenta que personas con el mismo nivel de desarrollo pueden no sentirse igualmente felices. Existen métodos de análisis e indicadores para profundizar tanto en el desarrollo de pequeños grupos como en el desarrollo de la felicidad en esos grupos.

Pero, en definitiva, a nivel personal o a nivel de la entera humanidad, si sentimos que nuestro bienestar retrocede, políticos, científicos y lideres sociales habrán fracasado. Porque dar felicidad y bienestar a la humanidad ha de ser nuestro objetivo prioritario.

Antonio Germán – Ingeniero y empresario