La ONCE, o Loterías del Estado, han desperdiciado la oportunidad de establecer un sistema de apuestas sobre resultados de las elecciones municipales y autonómicas del domingo 28 de mayo. Igual la ciudadanía hubiera participado en esas quinielas con más entusiasmo que el que se detecta hoy para acudir a las urnas, tras dos semanas de descalificaciones y despropósitos comunicativos. Los resultados están en el aire en casi todas partes, salvo en los fortines electorales donde hay alcaldes que solo dejarán de serlo cuando fallezcan. Léase Vigo; o Chercos (Almería) donde el edil, un ex oficial de la Guardia Civil, espera ser reelegido y cumplir cien años en la siguiente legislatura. O Patones (Madrid) donde la candidata a la Alcaldía por una coalición de mujeres se estrena con 93.

Todo está tan ajustado que centenares, o acaso miles de alcaldías, las decidirá un solo concejal. Hay 8.113 municipios en España. Y por solo un diputado regional pueden caer de un lado o de otro los gobiernos de Aragón, La Rioja, Castilla La Mancha y Comunidad Valenciana. Son elecciones tipo ruleta rusa. También influirá si Podemos logra entrar en las Comunidades de Madrid -si no es así, mayoría absoluta PP- y en la valenciana. Si no lo logra, peligra la presidencia de Ximo Puig.

Por si fueran pocos a competir, están las candidaturas agrupadas en torno a la España Vaciada que se presentan en once provincias; en algunas de ellas pueden convertirse en llave del futuro gobierno, especialmente en Aragón por el arraigo y la experiencia de Teruel Existe. Y de forma diseminada, restos del naufragio de Ciudadanos como sucede, por ejemplo, en localidades importantes del área metropolitana de Madrid como Majadahonda, Alcorcón y Móstoles que se agrupan en candidaturas denominadas «Contigo» hasta en catorce provincias; y van a las autonómicas como «Units» en Valencia, donde tienen alguna implantación. En el 2017, en un Congreso, se olieron que Albert Rivera cambiaba de carril y ponía rumbo al PP, lo que se consumó en el 2019 cuando el líder centrista soñó con que le daba el «sorpasso» a Pablo Casado. Acabaron los dos en otra vida.

Todos los candidatos a concejal en España, más de cien mil, integran esa legión que Paco Reyes, presidente de la Diputación de Jaén, denominó con acierto «voluntariado político». Son gente con mentalidad de servicio público y comunitario. Un tesoro a preservar. Otra cosa son sus posibilidades reales. «Fuera de la fe no hay salvación», decía con ingenio hace años Roberto Dorado al conocer una escisión socialista en Valencia. La fe para él estaba en las fuerzas del bipartidismo tan denostado cuando llegó la denominada «nueva política» de la que tan poco queda una década después.

Alfonso Guerra, que a sus ochenta y tres años sigue lúcido y activo con más de un acto público por semana, lanzaba el viernes en El Escorial la siguiente pregunta a un grupo de profesionales: «Con la mano en el corazón, díganme si, visto lo que sucede en el Congreso de los Diputados, no prefieren la estabilidad que proporcionaba el bipartidismo». La audiencia pareció asentir porque una cosa es gobernar atendiendo a las minorías, se dijo allí, y otra es olvidarse de las mayorías. «Con lo que yo le he odiado a usted, señor Guerra, y ahora mismo lo votaba como presidente del Gobierno», le dijo una empresaria del sector entretenimiento. No lo sacaron en hombros porque no se estila en estas reuniones.

Manuel Campo Vidal. Periodista