Andorra despidió ayer sus fiestas. Atrás han quedado cinco días fabulosos de los que hacía mucho tiempo que no disfrutaba. Ha hecho frío, lluvia, sol y calor, pero las he vivido con tanto entusiasmo que me ha dado igual.

Además de los tradicionales toros de fuego, que han reunido como cada año, a un gran número de personas, otro de los actos más esperados ha sido el de las carrozas. Una de las más críticas, cuya temática era la mala calidad del agua en la localidad, apareció quemada. Sus creadores estaban en la paella popular de ese día mientras su carroza se prendía fuego. Enfado y confusión al principio, aunque los dueños de la carroza recibieron todo el apoyo del público andorrano, que les aplaudía mientras paseaban en el desfile. «No es una broma. Es vandalismo», rezaba la pancarta que llevaban y tenían razón. No debería tener que salir una carroza durante las fiestas patronales para denunciar lo que es un problema grave que afecta a todos los vecinos. Así como tampoco debería quemarse el trabajo que ha llevado mucho tiempo de esfuerzo y más cuando se ha hecho para dar un toque de atención.

Pero en estos días no todo ha sido salir por las calles. También ha habido momentos de quedarse en el local, con los de siempre. En mi peña ha triunfado el juego de la pelota o beer pong. Ese en el que los oponentes se sitúan a los extremos de una mesa larga y delante de ellos se colocan seis vasos en forma piramidal. La clave de este juego es encajar la pelota dentro de uno de los vasos del oponente. ¡Ojo, porque no es tan fácil como parece! En el beer pong, como en la vida, hay que tener un momento de calma y mirar al frente. Así que respiren hondo, apunten y acierten en el vaso.