El coronavirus y la pandemia que no da respiro a nivel mundial está forzando la visibilización de enormes déficits estructurales en nuestro sistema administrativo, sanitario, económico social y también de forma de vida. Se trata de problemas de los que ya éramos conscientes, pero cuya dimensión se ha exacerbado ante la incapacidad de gestionar la pandemia. A nivel político y administrativo, estamos asistiendo al descontrol normativo entre autonomías y la descoordinación con el Gobierno central. Al inicio de la crisis el mando único fue ineficaz y ahora la gestión territorial se ha revelado también como ineficiente. En buena medida están detrás de esta situación la incapacidad política y de consensos amplios, pero también una administración sobredimensionada en algunos ámbitos y muy escasa en otros. En este sentido, los déficits estructurales que la atención primaria viene denunciando desde hace años están siendo más que evidentes ahora sin que haya forma de darle solución y obligando a contratar personal de rastreo ajeno al ámbitos sanitario habitual, así como llamando a profesionales jubilados para que apoyen. En materia educativa, se avecina una situación complejísima, en la que la falta de profesorado y las condiciones que aseguren la vuelta al cole van a suponer un tremendo problema. En un país que se sitúa el quinto de la OCDE en pago de impuestos y donde los pilares del Estado de Bienestar deberían estar garantizados esto no debería permitirse. Urgen cambios estructurales que permitan rentabilizar los recursos al máximo y eliminar gastos innecesarios.

En el medio rural, muchos municipios están asistiendo a la huída de aquellos que han sido conscientes de que la gran ciudad no era el lugar donde ser felices, tanto por las masificaciones como por el ritmo de vida, o las condiciones ambientales-sanitarias. Muchos pueblos garantizan ese Estado de Bienestar de múltiples formas y están viendo cómo crece su lista de empadronados. El movimiento que la España vaciada inició hace año y medio sigue avanzando con justificadas razones. Ojalá este cambio hacia la sostenibilidad, basado en el respeto al entorno y los recursos de proximidad, venga para quedarse y sepamos consolidarlo.

Editorial