Uno de los grandes filósofos de la ciencia del pasado siglo XX fue Karl Popper (fallecido en Londres en 1994) cuyas aportaciones a esa disciplina, siendo enormes, no tienen nada que envidiar a la efectividad de su pensamiento político y social, cuya coherencia ética lo convirtieron en un referente para las generaciones jóvenes de los finales del siglo, entre los que, modestamente, me cuento. Fue el gran defensor de la «sociedad abierta», en la que oponía el liberalismo como antídoto de todos los totalitarismos, de izquierdas (a las que él pertenecía en su rama marxista, luego fuertemente crítico con ellas) o de derechas. Su libro «La sociedad abierta y sus enemigos» fue un manual de culto para los que en aquella época llenábamos las aulas universitarias.

Para Popper, en la sociedad abierta no existe el poder absoluto y el Estado no es un fin en sí mismo, mientras que el poder político debe estar siempre controlado por contra-poderes institucionales, ya que la finalidad del estado debe ser beneficiar a todos y cada uno de los ciudadanos, no a esas entelequias que se llaman partidos y muchos menos corporaciones empresariales y financieras.

Todo esto viene a cuento dado el momento político que vive nuestro país, en el que escasea la llamada por los castizos «vergüenza torera» en los protagonistas de este drama, sean del color que sean. Si la diosa Fortuna no lo remedia, volveremos a ser, como país, el hazmerreir de propios y extraños.

Leyendo a Popper he dado con una metáfora curiosa pronunciada durante una conferencia dictada en 1983, con motivo de su 80º aniversario. Hablaba de la ciencia y de la educación.

Decía que su teoría de la ciencia es muy simple: nosotros inventamos las teorías científicas y nosotros acabamos con ellas y las sustituimos por otras, si es que podemos. Pero la teoría vigente es otra y la llama la teoría del cubo y el embudo, también válida para la pedagogía.
«Nuestra cabeza es un cubo con una tapa llena de agujeros, a través de los cuales se infiltra la información procedente del mundo…al cubo se le aplica un embudo por el que va vertiéndose el supuesto saber, en forma de respuestas a preguntas que no han sido formuladas…esa es la pedagogía al uso: respuestas sin preguntas y preguntas sin respuesta… Atiborramos a los niños de respuestas sin escuchar siquiera sus preguntas… De la ameba a Einstein sólo hay un paso…y lo que los diferencia es que Einstein se sitúa ante el mundo con una perspectiva crítica incluso ante la solución que da a sus problemas» (la falsación).

El mundo político español está sometido a la metáfora teórica del cubo y el embudo. Toda la información que les llega a los políticos del deterioro generalizado de la ética social, la economía, la moral ciudadana y la falta de esperanzas e ilusiones en la situación pública, es tan mal asimilada por el «cubo político» que a través del embudo, sometido al estreñimiento de la falta de ideas constructivas y la incapacidad de diálogo, sólo llega al pueblo el detritus de los enfrentamientos entre partidos, los intereses de camarillas, el mantenimiento de privilegios y sillones de poder y la desvergüenza de asegurarse las lentejas antes de acudir al tajo: con todo un país a la espera, entre el asombro y la indignación.

Una vez más, ¿hasta cuándo seguiremos permitiendo que abuséis de nuestra paciencia?

Alberto Díaz Rueda Escritor. Alcalde de La Torre del Compte