Esta es la semana de mi particular vuelta al cole, y supone, como he dicho en otras ocasiones, el inicio del calendario más que el que termina el 31 de diciembre y comienza el primero de enero. Y como en todos esos momentos en los que se pasa de un estado a otro; en este caso de un estado de descanso a uno de actividad, es habitual ponerse a reflexionar sobre cuestiones cuando menos curiosas.

¿Por qué se producen las aglomeraciones de gente que vemos en el metro o en las estaciones y en cambio las bandadas gigantes de estorninos en el aire o los enormes bancos de peces en el mar mantienen la distancia de seguridad con tal precisión, que aun cambiando de dirección son incapaces de chocar? ¿Será que reina más sentido común en esas especies que en la que consideramos «más evolucionada» y por tanto «superior»? ¿Será que los inferiores somos nosotros? Me temo que un poco sí.

La cuestión es que tal vez deberíamos aprender de lo que vemos en la Naturaleza, ya que al cabo nosotros en esencia también tenemos que ser una parte de ella. Hace algunos días leía algo relacionado con esto: era el testimonio de Francesca Thyssen, la hija del fallecido barón del mismo nombre e hijastra de la mediática Carmen Cervera. Contaba la aristócrata, interesada ahora por las Ciencias Oceanográficas, que hablando con tribus del Pacífico decían que ellos eran el mar y el mar era ellos, y que esa afirmación la escuchó tiempo más tarde a las gentes que viven en los bosques amazónicos: sólo que cambiando la palabra «mar» por «selva».

A lo mejor, con un pequeño cambio, asumiendo la responsabilidad que nos corresponde como individuos libres y ciudadanos, en definitiva como habitantes de un planeta, no sería tan difícil coordinar acciones que nos beneficiasen a todos. Como contemplar y aplicar las medidas de seguridad elementales para evitar contagios y difusión de cualquier virus. Puedo entender que el individualismo que poseemos es grande y que también es parte de la Naturaleza y de nuestra naturaleza. Pero poner un poco de nuestra parte, sólo un poquito, no creo que fuera tan difícil. Al fin y al cabo si los japoneses lo hacen… ¿Por qué no vamos a poder nosotros?

No nos quepa duda. Es posible lo que nos propongamos. Si hay voluntad y ganas. Y si la coyuntura acompaña, claro. Ytrayendo esto a colación, poniéndonos un poco más trascendentes, pensaba en los grandes proyectos y las magnas obras que se han hecho, y aquéllas que en su momento parecían inminentes y reales, y sin embargo se diluyeron en el olvido como un terrón de azúcar en el café, o una lágrima bajo la lluvia, al más puro estilo del final de «Blade Runner».
Damos por hecho lo que hay, como si el ferrocarril que recorre España fuera algo predestinado a existir, o la conversión de los Estados Unidos en la todavía (o quizá no) primera potencia mundial. Pero hubo proyectos que no cuajaron por poco y que de haberlo hecho nos habrían llevado por direcciones muy diferentes. Si Felipe IV hubiera tenido un descendiente sano y no bastardo no habríamos tenido Guerra de Sucesión, y los Borbones no habrían entrado en las Españas. Ni se habría perdido Gibraltar, ni el control sobre la entrada y salida del Mediterráneo.

Si Napoleón no hubiera invadido España tal vez los territorios americanos se habrían conservado y España sería ahora una superpotencia como lo fue en su día. Si los ineptos gobernantes españoles de la época hubieran tomado en serio su país y los trabajos de Narciso Monturiol, Cosme García, Isaac Peral y Antonio Sanjurjo sobre la navegación submarina la flota española habría sido la más avanzada de su tiempo y Filipinas, Cuba, Puerto Rico y las Marianas y las Carolinas no habrían caído ante los yankis. Pero así son las cosas, el efecto del vuelo de una mariposa. Feliz semana, y a más ver, amigos.

Álvaro Clavero