En este país cainita no aprendemos. Mande el que mande. Por mucho que prometan, las llamadas izquierdas y las derechas acaban comiendo en el mismo pesebre. Así ha sido siempre, aunque nos vistan la mona con ropaje «democrático» del siglo XXI. El desarrollismo franquista se alimentó de embalses y pantanos, esquilmando a pueblos enteros en pro de algunos intereses ajenos a la población llana, que a menudo carecían de luz eléctrica. Aquellas miserias pasaron y favorecieron otros grandes planes de progreso que hicieron más ricos a los muy ricos y a una nueva pequeña burguesía, al alto funcionariado y los poderes locales. Algo de riqueza se repartía, pero hasta un cierto nivel. El país prosperaba y hasta la gente del común se pudo comprar un 600 y mandar a los hijos a la Universidad. Luego vino el blackout de la banca y los fondos financieros y los chicos no saben qué hacer con sus títulos, los jóvenes viven en precario y a los abuelos les amenazan las pensiones. Pero el neoliberalismo no se detiene y logra dar con otra mina de oro (para ellos) y discretamente penosa para los del pueblo a secas, los parques eólicos. Ya no los echan de sus casas para anegar sus tierras, ahora se conforman con llenar el territorio de aspas giratorias, comprando terrenos vacíos (por mala gestión del mundo rural y la economía agraria, ay, tan necesaria) y prometiendo lo que por lógica capitalista no cumplirán. Y salen testaferros que alaban el «progreso» y la necesidad -lógica- de energías limpias, acogidos por los políticos como maná del cielo. Como muestra, al país se le somete a otro inicuo abuso en forma de «regulación» de los horarios de uso energético. Eso mientras se publican falacias como la de que los parques eólicos van a dar trabajo y riqueza a las zonas donde se instalen. Se crean asociaciones y se alzan los vecinos (menos los que reciben las pocas monedas del soborno capitalista: pan para hoy, hambre para mañana), ecologistas y montañeros, empresas turísticas y economistas enterados, y se arremete como Quijotes contra gigantes disfrazados de molinos de viento. Salvas de pólvora: humo y ruido. Por parte oficial, oscurantismo y normas simplificadas a favor de las empresas. A estas lo único que les importa es la cantidad y frecuencia del viento. Se compra a precio de saldo o se amenaza con la expropiación. Y así vamos.

Alberto Díaz Rueda. LOGOI