Como el futuro se define como «lo que está por venir», «el tiempo que todavía no ha llegado», hablar de él da mucha libertad para especular o para equivocarse. Un buen futurólogo debe conocer muy bien el presente y sus porqués y estudiar las tendencias de la sociedad del momento. El político puede permitirse el lujo de (como es quien decide, administra y gestiona los asuntos y los presupuestos a corto y si puede largo plaza) determinar cómo serán algunos aspectos de «lo por venir», sobre todo aquellos que dependen de sus decisiones. Estamos en manos de políticos con vocación de influenciar en el futuro (lo cual no sería malo si el futuro que planean es mejor que el presente), y así Pedro Sánchez presenta «la España de 2050»; y Lamban, con sus ayudas a los viajes en avión y su negativa a las del ferrocarril convencional nos hace pensar en como será el panorama del ferrocarril en algunas líneas aragonesas.

Los políticos se contradicen en lo que dicen y mientras Sánchez a nivel nacional habla de una España más cohesionada y con menores desigualdades (al menos en el campo tecnológico del Internet) Lambán, no ayudando a la línea Zaragoza – Caspe – Barcelona nos mete de lleno en un futuro negro y desilusionante. En una España más pobre abandonada a su suerte, que es la que luego llaman «vacía» pero que en realidad ha sido «vaciada» por voluntad política con decisiones como la de Lamban y los que la secundan.

He presenciado momentos de políticos aragoneses en que sus palabras dejaban de manifiesto el poco interés que tenían por armonizar el territorio del que eran gestores, como las del que me dijo que «el Centro Buñuel Calanda debería estar en Zaragoza»; o aquel otro (de muy diferente partido político) al que escuche: «vengo a Madrid a ayudar a éste pintor aragonés porque lo merece, en Zaragoza se han quedado los más mediocres». Me dieron ganas de responderle: «aplícate el cuento ¿a caso crees que os habéis quedado los mejores políticos?».

Cuando visité Colombia daba mucha pena ver en algunas ciudades una locomotora de tren en una jardín como elemento decorativo y constancia de que en su día esa ciudad había tenido tren. En Manizales la que había sido Estación de Ferrocarril es ahora un edificio académico (más cerca tenemos el ejemplo de Alcañiz, con el Bar La Estación). El tren, algo que parece tan imperecedero, es muy vulnerable. Y me pregunto: ¿por decisiones políticas como las de Lamban, secundadas o permitidas por el gobierno central de Pedro Sánchez, acabará el Bajo Aragón (y Caspe en concreto) viendo en desuso para viajeros la línea ferroviaria construida en1893 para MZA por Don Francisco Gumá?.

Estamos a tiempo de impedirlo (al menos de intentarlo con fuerza), pero para eso se necesita por parte de los caspolinos más apoyo social que el que se ha visto la semana pasada en la manifestación convocada al respecto. SALVEMOS EL TREN y utilicémosle para un futuro mejor.

Alejo Lorén – De cal y arena