Ustedes me disculparán pero he decidido poner punto final a esta serie. Podría pasarme el año completo escribiendo cada semana sobre la incidencia fáctica y empírica de ese virus y aún me sobraría para escribir y publicar la «Enciclopedia mundial del idiotavirus y cómo ha influido (pésimamente) en la historia universal». Y he podido llegar hasta aquí por la suerte de no vivir en tiempos de la Inquisición, aunque bien mirado, la Red se está convirtiendo en un durísimo y cruel tribunal inquisitorial cuyos anatemas, maldiciones y agresiones por ahora son virtuales. En San Marcos 5:9, Jesús pregunta al diablo cuál es su nombre y éste le contesta: «Legión, porque somos muchos». Pues el idiotavirus crea demonios idiotas por legiones. Y, repito, todos hemos ejercido en algún momento puntual de infestados. La única diferencia con los habituales es que algunos no lo convertimos en un estilo de pensar, hablar y actuar.

Dejaré algunas cosas claras, no soy de los que clama por un pasado que en nuestra memoria selectiva era sin duda mejor, ni despotrico contra los jóvenes porque están mal educados, desprecian a las personas con autoridad, no respetan a los mayores, son incultos, embarulladores y beben demasiado, entre violencias gratuitas y desmadres etílicos y drogatas. Si no recuerdo mal en varios de los Diálogos de Platón o las comedias de Aristófanes, Quevedo o Shakespeare, se repiten esas condenas. En esencia lo que no ha cambiado es la opinión de los mayores sobre los jóvenes, olvidando aquellos que generalmente cuando ellos mismos eran jóvenes solían comportarse de esa manera o coincidían con compañeros que lo hacían sin demasiado escándalo por su parte. Se comportaban como idiotas. El idiotavirus era considerado entonces por los propios jóvenes un idiotavirtus. Cambiaba el sustantivo pero no el adjetivo. En resumen: el virus de la idiotez se pasea por los siglos como Pedro por su casa. Forma parte esencial de nuestro paisaje humano y lo debemos llevar inscrito en nuestros genes como animales humanos (se activa cuando predomina la parte primera, lo animal, y se oculta la segunda, lo humano, que siempre se protege con la razón).

Alberto Díaz Rueda