Pensar en la existencia del mal ha estimulado en la humanidad el pensamiento. En parte surgen de ello las religiones dualistas, con dos principios, el del bien y el del mal. Del principio del bien surgen las cosas buenas, y de el del mal, las malas. El hombre primitivo no tenía otra manera de explicarse las cosas. Con las religiones monoteístas el problema surge de que en el concepto que tienen del Ser Supremo no encaja ser origen de mal alguno. Se suele solventar el asunto considerando que «el mal es un castigo divino por la maldad del hombre, fruto de su pecado original». Una explicación que a los creyentes les deja de momento satisfechos.

Pero con la evolución del pensamiento filosófico a través de la Historia y el avance de los conocimientos científicos (ahora el viento no puede ser el soplo de un dios, etc), con la puesta en duda de la propia existencia de una divinidad a la manera de un ser supremo omnipotente «sin cuya voluntad no se mueve ni una hoja de un árbol», el origen del mal se hace bastante inexplicable cuando este ataca de forma indiscriminada y arbitraria, y cuando se encuentra en su origen una causa natural, como ocurre ahora con un virus surgido en China, en circunstancias desconocidas pero perfectamente explicables.

Creo que para los creyentes en una religión (el Cristianismo) que ha intentado ponerse al día y no anclarse sólo en su primitiva explicación de considerar el mal como castigo divino, el ver sus celebraciones religiosas con mascarilla y distancia social, y teniendo como única arma propia la Oración, tiene que crearles bastante desazón y dudas sobre la certeza de sus convicciones. Tienen que aferrarse a su Fe de forma contradictoria a sus propios principios (eso de que «ni una hoja de un árbol se mueve sin el consentimiento de Dios») que tiene que crearles dudas sobre la base de lo religioso en que creen y profesan.

El Papa acaba de decir que el fin de la iglesia en estos momentos es la Oración. La religión siempre vive en el universo de las palabras. Pero mientras, un microorganismo patógeno, analizable y para el que el hombre es capaz de crear vacunas, sigue matando a los seres humanos ricos y pobres, de unos países y de otros. Por eso no me extraña que algunos obispos (y la gente religiosa en general) se aferren a su vieja Fe y sigan hablando de que «todo es un castigo divino por los pecados del hombre». Es imposible desde sus creencias verlo de otra manera.

Todos dentro del mismo barco tenemos que comprender que, por un lado, seguimos desconociendo mucho del Universo, y, por otro, seguimos siendo muy débiles, tanto que hasta el no creyente se pregunta si no habrá algo de razón en eso de que (si no Dios) la Naturaleza nos castiga, no por nuestros pecados si no por nuestras muchas insensateces, injusticias y descuidos en el cuidado y gestión de la misma.

Alejo Lorén