Mi abuelo se llama José Gracia Bielsa. Tiene dos hermanas y cuatro hijas. Su apellido, Gracia, está destinado a desaparecer porque el apellido de la madre debía ir siempre en segundo lugar. No obstante, desde el 2000, se cambió la ley para que el segundo apellido no necesariamente fuera el de la mujer, aunque, todo hay que decirlo, en caso de desacuerdo, prevalecía el del padre. Ahora, a partir del 30 de junio, se podrá poner indistintamente el apellido de uno como el del otro, sin que por ello tenga que prevalecer el paterno.

Si los padres no lograran ponerse de acuerdo, sería el funcionario, en último lugar, el que decidiría el orden en función de otras cuestiones como la estética, evitar combinaciones extrañas o, simplemente, echándolo a suertes. Eso sí, todos los hijos de esa pareja se apellidarían de la misma forma.

Este cambio supone un paso más hacia la igualdad entre ambos sexos. Ojalá siguieran cambios de este estilo en otros ejemplos como la brecha salarial (según UGT, las mujeres cobran de media hasta 6.000 euros menos al año por hacer el mismo trabajo que los hombres); la presencia femenina en puestos de poder en el mundo de los negocios o el número, más reducido, de líderes políticas o el de catedráticas en las universidades.