El confinamiento obligatorio rescata una clásica frase italiana, il dolce far niente, el placer de hacer nada, para afrontar la inactividad que impone el aislamiento.

No es cuestión de perder el tiempo, o hacer impulsivas incursiones a la nevera que seguramente terminarán con nuestro cuerpo desparramado a lo ancho; esta crisis podemos aprovecharla para aprender a disfrutar de hacer nada, de relajarnos y desaprender esos falsos mandatos, el «tiempo es oro», que nos inculcaron los principios productivistas y glorificaron la superactividad al precio de la ansiedad y el estrés: hacer nada es un derecho que tenemos que reivindicarnos a nosotros mismos.

Este es un buen momento para disfrutar de tomar el sol en la terraza de casa, escuchar las notas de piano que se escapan por un balcón abierto, sentir el aire que entra por la ventana o, simplemente, mirar las musarañas sin pensar en nada: esas pequeñas cosas de las que fuimos expertos en la niñez.

Pero, para poder relajarnos, necesitamos creer en un gobierno que sea quien haga su trabajo de prever, planificar y ejecutar programas para garantizar la viabilidad de la sociedad actual, sin alarmismo y también sin el negacionismo de quien prefiere negar la realidad para evadir una verdad incómoda, ahora con el coronavirus, como en su día con la crisis económica del 2008 o con el cambio climático.

Tengo la esperanza que, a la vez que decrete de una vez el cese total de toda actividad (con excepción de abastecimiento de productos básicos, sanidad y seguridad) y establezca un método de control de los desplazamientos necesarios, el Consejo de Ministros apruebe medidas dando permisos parentales a quienes tengan que ir a trabajar y tengan hijos pequeños; que de un cheque para pagar gastos de cuidados de los hijos de quienes realicen trabajos al servicio de la comunidad; que apruebe una moratoria universal de las hipotecas y créditos a particulares; que reduzca la seguridad social de autónomos; que facilite la suspensión de los contratos de trabajo, el Estado pague el salario de los trabajadores y fije remuneraciones indemnizatorias a los autónomos que hayan tenido que cesar la actividad; que habilite créditos sin interés para pagar alquileres; que imponga una moratoria bancaria y fiscal a las PYMES… y un largo etcétera que permita afrontar la situación actual sin el miedo y ansiedad a un futuro incierto.

Está claro que esas medidas tendrán un coste y que habrá que financiarlas de alguna forma, lo que nos obligará a incumplir los límites de gasto y déficit para emitir deuda pública que, desde luego habrá que amortizar; tendremos que asumir que vendrán unos años más de volver apretarse el cinturón los mismos de siempre, pero el esfuerzo merecerá la pena porque está en juego la vida y el futuro de muchas personas.

Así que, seamos optimistas, dejemos que el gobierno haga su trabajo, y mientras tanto, desconectémonos de la obsesiva necesidad de estar ocupados y aprendamos a disfrutar del placer de hacer nada, porque ser felices es la mejor decisión que podemos tomar en los momentos difíciles.

José Luis del Valle – Abogado