Estoy mirando una foto del año 1967, tengo a un lado al amigo de nombre Pedro del «lloc» de La Codoñera, al otro lado al amigo del «poble» de Belmonte, de nombre también Pedro, y yo al medio pensando en mi «vila», Torrevelilla.

Uno hablaba de que iba a casâ (cazar) con su padre y los otros a cazâ (cazar) tordos con los amigos, uno decía aixó (eso) y los otros iso (eso).Pero a todos nos regaba el mismo río y todos divisábamos cada mañana la Sierra de La Ginebrosa. Yo era el de la «ch», el de La Codoñera era el de la «z» y el de Belmonte el de la «s». Eran fonemas que apenas nos diferenciaban.

Todos estábamos fuera de nuestra casa, éramos unos niños y además era la primera vez que dormíamos fuera de casa. Pasábamos el día juntos cuando no estábamos en clase. En el patio del colegio pasábamos las horas más divertidas. Cuando subíamos a la sala de estudios, nos tocaba padecer porque los chicos mayores, de pueblos ajenos al chapurriau, nos tenían angustiados.
Pero sobre todo, las noches eran muy duras y solitarias, recordando a los padres al calor del fuego del hogar.

Cada lunes llegaba la bolsa de ropa de casa, siempre mirábamos entre los tres las cosas de comer (pastas, embutido, chocolate,…) que nos mandaban de casa entre la ropa lavada y planchada y que en un momento nos repartíamos con gran regocijo.

Una noche, me quedé dormido con una tableta de chocolate Lacasa en la mano y por la mañana aparecí con toda la cara pintada y las manos y las sábanas llenas de chocolate. No veáis lo que se me rieron todos aquellos elementos.

Formábamos «El grupo del Chapurriau», los demás sólo hablaban castellano y nosotros a escondidas reíamos y jugábamos en chapurriau.

Teníamos dificultad al hablar y escribir en castellano. Recuerdo que los tiempos verbales nos mataban, la gramática y la ortografía no eran nuestro fuerte, pero la morfología y sobre todo la sintaxis no me dejaban dormir.

Sabíamos que nuestra lengua materna no era el castellano pero a ninguno de nosotros se le ocurría ni en aquel momento, ni ahora, pensar que hablábamos catalán.

El de Belmonte, tenía gracia para conectar con todo el mundo, pero era tan travieso que se mofaba de los errores en castellano de los chicos que lo utilizaban en sus pueblos, pero que también tenían dificultades en hablarlo y en escribirlo, por aragonesismos o particularidades de cada pueblo.

El del lloc, el de La Codoñera, un día comentó que había oído hablar a sus padres, que ya en aquellos tiempos recorrían multitud de pueblos al dedicarse a la venta ambulante, que por Morella se hablaba algo que entendían bastante bien y que incluso les hablaban en algo parecido al chapurriau, pero que a partir de Gandesa hablaban de una forma muy rara que era imposible entender y que con ellos tenían que hablar en castellano para poder entenderse.

Pero nosotros teníamos asumido que éramos hijos del chapurriau ya desde crios y seguimos siéndolo. Continuamos con la lengua de nuestra tierra «El Chapurriau».

Juan Segura – El mundo del chapurriau (Torrevelilla)