En esta sociedad moderna, avanzada, y como no, globalizada, un virus está poniendo en jaque no solo a nuestro sistema sanitario, sino que también está haciendo tambalear la economía de muchos países y levanta serias dudas sobre el modelo de servicios sociales que se ha construido a lo largo de estos años, en el que la recuperación económica se ha antepuesto al interés general del estado.

Quiero reconocer y agradecer el trabajo de todas las administraciones, de todas y de todos los colores, en buscar soluciones para cubrir las necesidades más urgentes, las sociosanitarias en una búsqueda desesperada de mascarillas, pantallas, test, respiradores y, sobre todo, recursos humanos; y la búsqueda también de soluciones para articular medidas para que esta crisis no la paguen los de siempre, ciudadanos, trabajadores y pequeños empresarios que ven peligrar su economía y la continuidad de sus negocios. No podemos repetir los errores del pasado.
Frente a ese trabajo, que me consta duro e intenso, esta saliendo lo mejor de nuestra sociedad. Hemos puesto en marcha la herramienta de la solidaridad y adaptado nuestras capacidades, las individuales y las colectivas, para ayudar en la medida de nuestras posibilidades al conjunto de la población. Desde fábricas que se han reinventado y han pasado de fabricar componentes para la automoción a respiradores para hospitales, o convertir fundas de sofá en batas y mascarillas, hasta el batallón de costureras repartidas por toda la geografía organizadas para cuidar a quienes nos cuidan. Donaciones anónimas de material para que los «makers», que hemos descubierto recientemente, fabriquen desde sus casas, con sus impresoras 3D, pagando la luz de su bolsillo, pantallas que protejan a quienes cada día están en primera línea: polícia, bomberos, auxiliares, gerocultoras, cajeras, limpiadoras, y, como no, sanitarios.

En estos días en los que el confinamiento nos da la oportunidad de tener «tiempo» es imposible no reflexionar; y entre la preocupación, la incertidumbre y el dolor por la pérdida de vidas humanas, se mezcla un sentimiento de orgullo y reafirmación por todo aquello que nos sacó a las calles en 2012: La defensa de los servicios públicos.

Los últimos 4 años del Gobierno del PP en Aragón significaron un recorte en sanidad de casi 400 millones de euros, un 18,8 %, y también en esos años se prescindió de 1.285 trabajadores en la Sanidad pública aragonesa. Hoy, cuando lamentablemente estamos sufriendo las consecuencias de las políticas capitalistas y liberales impuestas por el Gobierno del Partido Popular para resolver la crisis económica del 2010, vemos cuánta verdad contenían las pancartas que sacamos a las calles. La sanidad no se vende, se defiende.

Miles de Mareas Blancas inundaron nuestro país denunciando que los recortes en sanidad matan; Comunidades como Madrid y Valencia fueron las primeras en sufrir las políticas privatizadoras, y hoy comprobamos que algunos de los hospitales construidos bajo el modelo de colaboración público-privada, cuentan con plantas cerradas y algunos centros todavía por inaugurar, un modelo de gestión basado en criterios económicos y no sanitarios. Hay tenemos los dos mil millones de euros pagados por los valencianos a la empresa Ribera Salud por los quince años de gestión del Hospital de la Ribera, el famoso «Modelo Alzira» impulsado por Zaplana; y dolorosas estadísticas demuestran que aquellas Comunidades, como Madrid, donde se implantó con más fuerza ese modelo sanitario liberal, hoy son las que más dificultades tienen para superar la crisis.

Pancartas y camisetas recorrieron calles y ciudades defendiendo los servicios públicos, lo que es de todas y todos, lo que hoy nos salva la vida. El tiempo, y un virus, nos dan la razón; los recortes en sanidad matan.

Marta Prades – Diputada de Podemos en las Cortes